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Joe Biden enseña los dientes, pero lo único que consigue es mostrarse como un gobernante débil

JOE BIDEN ENSEÑA LOS DIENTES, PERO LO ÚNICO QUE CONSIGUE ES MOSTRARSE COMO UN GOBERNANTE DÉBIL

Se han cumplido los pronósticos: tras el relevo presidencial en Estados Unidos, la situación política del mundo comienza a pintar a peor debido a los endebles planteamientos geopolíticos de la nueva administración y la idiosincrasia de un mandatario que carece de autoridad para afirmar su prestigio a través de una política exterior bien diseñada. Una cosa era mostrar energía delante de unos mullahs iraníes que, como de costumbre, aprovechan los cambios en el poder para poner a prueba al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Otra, muy distinta, provocar al Kremlin mediante insultos y acusaciones de hacking en redes sociales, o dejar que la cumbre con los chinos -celebrada en territorio norteamericano- se convierta en una trifulca barriobajera de la peor especie. Por culpa de la incompetencia estadounidense, los acontecimientos internacionales no llevan el mejor de los caminos.

Con estas salidas de tono del nuevo Presidente, queda demostrada la perspicacia de Julian Assange cuando hace cuatro años, y de un modo incomprensible para la mayor parte de sus acólitos, saludaba con optimismo el inesperado triunfo electoral de Donald Trump. Con los demócratas fuera del poder habría un paréntesis en la hoja de ruta imperial de Estados Unidos. No más guerras en el exterior, ni más injerencias en los asuntos de potencias extranjeras en nombre de una democracia de tebeo y establecimiento Five Guys. No más espionaje, asesinatos con drones ni intrigas en terceros países. Ahora la tregua ha terminado. Con Joe Biden, la Casa Blanca vuelve a un proyecto político de expansión atlantista y defensa de una democracia populista al estilo norteamericano y contrario al curso de los tiempos que augura como poco inestabilidades en la escena internacional, y en el peor de los casos, nuevas guerras e intervenciones militares.

La causa de que esto sea así se encuentra en las diferentes formas que dos presidentes consecutivos tienen de ver la política exterior. Para Donald Trump todo se reducía a transacciones comerciales. Esto resultaba vulgar, pero tenía la ventaja de que los problemas y las condiciones podían formularse con claridad. Pese a la dureza de los encuentros, siempre existía la posibilidad de llegar a un acuerdo. Con Biden es más complicado: ahora pesan más los aspectos políticos e ideológicos. Ello comporta ambigüedad, agendas ocultas, posiciones débiles camufladas con posturas de fuerza y pasiones desatadas. A dónde puede conducir todo ello es algo que resulta imprevisible. Teniendo en cuenta la experiencia histórica, no convendría hacerse demasiadas ilusiones.

Tras su breve idilio mediático, una escéptica y utilitaria Europa vuelve a mirar con temor al futuro. Al fin y al cabo mantenemos buenas relaciones con Rusia y China. Biden cae bien, pero lo que hace es harina de otro costal. Y en cuanto a la relación transatlántica, ¿qué vamos a decir? Ha tenido que llegarse a este relevo traumático en la Casa Blanca para que todo el mundo se de cuenta de que, en estos tiempos en que el equilibrio del mundo se traslada hacia el Pacífico, no es ya más que pura retórica heredada de los tiempos de la Guerra Fría.

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