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OPINION

“Nancy y los zafios” – La opinión de Patxi Lázaro

NANCY Y LOS ZAFIOS

Existe una falsa impresión de lo que es la democracia. Aun influenciados por el arte épico de la Revolución Francesa, a su vez inspirado en los cánones clásicos de la Antigüedad grecorromana, el vibrante relato de las Guerras Púnicas y aquellos discursos de Cicerón, tendemos a ver en ella un movimiento que parte de ciudadanos virtuosos convencidos de la superioridad moral de su visión republicana sobre el despotismo asiático, la aristocracia guerrera o los abusos del populismo. La gente del comun queda siempre fotogénica, tanto en los cuadros de Delacroix como en los actuales folletos de propaganda electoral de cualquier partido de masas que se precie, como Podemos, el PNV o a veces el mismo PP.

No hace falta decir que esa imagen idealizada del pueblo como agente de transformaciones de la historia en clave progresista no tiene nada que ver con la realidad. En el fondo, los votantes que apoyan a las diversas facciones de eso que llamamos Estado de Partidos, no son más que una colección de seres insignificantes con aspiraciones cotidianas que no van más allá de encontrar un supermercado abierto cuando lo necesitan. Personajillos feos, ignorantes, mal alimentados por la comida basura, cebados espiritualmente a base de conspiranoia y reality show, sensibles a la pornografía sentimental del populismo tanto de derechas como de izquierdas, y siempre propensos de tomar acualquier rodeo que les evite el trabajo de pensar.

Esta es la base de la cual parten, nos guste o no, las excelencias del moderno sistema democrático, tanto en Estados Unidos como en Europa, en Madrid como en Euskadi. Todo va bien mientras la turba se mantiene en su sitio y acude a las urnas al redoble del tambor. Pero cuando este populacho infeliz y ruidoso da un paso al frente, con su mal gusto, sus pelos desaliñados y sus atuendos de gorras de beisbol, pieles y cuernos, entonces las élites no solo se alarman. También se llevan un rebote de la hostia. No importa que sean de derechas o de izquierdas. Estos excesos no estaban en el guión, y joden lo suyo. Más, incluso, que un golpe de estado.

Y esta es la verdadera razón de esa señora tan distinguida que se llama Nancy Pelosi se haya llevado un disgusto. No por el peligro que supuestamente corrió la democracia americana durante las horas del asalto al Capitolio. Más bien, porque ahora su despacho pasará a la historia del Nuevo Mundo no por las contribuciones que desde él se hicieron a la democracia norteamericana, sino por los selfis colgados en Internet por un zafio mal afeitado, con gorra de beisbol y sus botas encima del escritorio. Probablemente hasta meó en la papelera. Y lo que fastidia es eso: el verdadero retrato de la democracia, totalmente desprovisto de corrección política, sin maquillaje ni idealismos de intermediación de ningún tipo.

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