• Escrito por Teresita Ávila
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“No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras“

Juan Luis Vives

De Antonio Buero Vallejo tomo prestado el título de un artículo escrito en 1987 y publicado en Cuadernos Hispanoamericanos donde rememora la presentación de un libro de Pedro Laín Entralgo en el año 76 -una suerte de confesiones titulada Descargo de conciencia– en la que Buero Vallejo intervino. El tema puede adivinarse a partir del contexto cronológico. Exacto: la necesaria reflexión, la revisión o el examen de quien se sabe juzgado y prefiere que el ajuste de cuentas salga de su propia mano y sea menos cruento.

Unos años antes, en Poemas póstumos, ante el espejo, borracho, destruido, se autoinmolaría el poeta sin piedad en el célebre “Contra Jaime Gil de Biedma”:

[…]

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco. […]

Cuando el tiempo avance -con o sin Nosotros, los necesarios- y permanezcan las ruinas, los restos del naufragio, semienterrados en la arena de la playa -visibles solamente para los capaces de discernir porque acaso conserven intacta la inocencia, la fe luminosa- quizá unos pocos lleguen a comprender por qué hubo tantos hombres que deslizaron en el pasado su mirada en la superficie argentina, sin verse, sin soportarse. Puede que, aunque vagamente, sí se vieran, y acertaran por un momento, se adivinasen y entendieran que la imagen que el espejo les devolvía no la podían sostener por repulsiva -hijos legítimos de un Dorian Grey en su cénit de abyección, corrompidos hasta la médula por la impiedad, la cobardía y la codicia-. Cáscaras vacías de almas huidas del Paraíso. Difícil aguantarse la mirada y no estremecerse.

Pienso en esto al leer declaraciones de individuos a los que no quiero nombrar. Seres que han cedido a poderes turbios, enfangados hasta el cuello en aguas cenagosas, que actúan como voceros de esas fuerzas oscuras, como aprendices de Mammón (tentadores y embaucadores, adictos a las mamonadas y mamandurrias). Inoculan palabras ponzoñosas. Difunden su veneno mortal en los platós de televisión, en las ondas, en los periódicos. Muchos de ellos, sobre todo, desde los atriles -en las sedes en las que deberían honrar y representar a los ciudadanos, a sus votantes algunos-. Repugna su viscosidad de sapos.

Qué decir de su mirada… Transmite algo apagado (y muy bien pagado, se creerán ellos). Se han vendido a sí mismos y desean la misma tortura para los demás. Quieren arrastrarlos consigo a la sima de la que nadie puede escapar. No me extraña que huyan la vista ante su propio e inmundo reflejo.

Teresita Ávila