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ECONOMIA

Las “restricciones sanitarias” han duplicado el hambre en Cartagena de Indias, Colombia

Tras el inicio de la pandemia, de cada diez pobladores de Cartagena, en Colombia, siete no comen tres veces al día. Se los juro: a mí el hambre ajena me produce tanto dolor que la siento como si fuera propia. Eso es lo que estoy sufriendo en estos días. Resulta que, en medio de tantas noticias diversas y a veces contradictorias, me puse a averiguar cuáles son las verdaderas cifras del hambre que padecen las grandes mayorías de cartageneros. Fui a los barrios populares, conversé con los vecinos, consulté a los que saben del tema, me empapé de las investigaciones serias y rigurosas.

Y el resultado es que ahora estoy más acongojado que antes. Al cotejar los hechos con los estudios académicos, descubrí que la realidad es peor de lo que yo pensaba. Confieso que al comienzo no podía creerlo. Llegué a pensar que algo andaba mal en esas estadísticas aterradoras. No sé si ustedes lo recordarán, pero hace casi dos años escribí una crónica titulada “Cartagena construye una muralla contra el hambre”. Allí dije, con un aire de optimismo, que la ciudad estaba tratando de unir sus fuerzas para luchar contra el hambre y la desnutrición.

Les dije en ese entonces, con auténtico pavor, que el 25 por ciento de los habitantes de la ciudad estaba pasando hambre. Se trataba, en aquel momento, de 270.000 personas. Era monstruoso: uno de cada cuatro cartageneros no podía pagar el costo de sus alimentos porque sus ingresos solo eran, en promedio, de 8.000 pesos diarios. Pues, para que lo sepan, ahora mi perplejidad y mi espanto son más grandes y demoledores que entonces.

Para que se aterren, como yo lo estoy, les cuento que en este momento, dos años después de aquella crónica mía, y aunque parezca increíble, durante la pandemia que estamos sufriendo la cantidad de cartageneros que pasan hambre, lejos de disminuir, ha subido casi al doble. Ahora se sabe que 491.000 habitantes no cuentan con ingresos mensuales suficientes para acceder a los alimentos. Y –óiganme bien– el 70 por ciento de la población que habita en esta ciudad no come tres veces al día. Son, en números redondos, 860.000 personas. Y, como si fuera poco, 650.000 de ellas comen una sola vez al día.

Como quien dice: de cada diez cartageneros, siete no comen tres veces al día. Eso ha comenzado a causar estragos, como es natural, no solo en el cuerpo sino también en el alma. A causa del hambre, el 14 por ciento de los niños cartageneros está sufriendo problemas en su capacidad intelectual. Los números no mienten. Son obstinados, tozudos, tercos.

Según las investigaciones del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cartagena, antes de que comenzara la pandemia la pobreza agobiaba a un 34 por ciento de la población total. Hoy es el 48 por ciento. Los investigadores de estos temas tan desgarradores han establecido que, después de Quibdó, la capital chocoana, la ciudad colombiana con mayores desigualdades sociales es Cartagena. Las estadísticas del propio Dane, que es organismo estatal, revelan que en Cartagena hay más de 40.000 hogares que comen solo una vez al día, y muchos de ellos ni siquiera una sola vez.

La Fundación Alimentar Colombia, que dirige Catalina Pérez y tiene su sede, precisamente, en Cartagena, me informa que cada año se pierden o desperdician en Colombia casi 10 millones de toneladas de comida. Eso es nada menos que el 34 por ciento de todos los alimentos destinados al consumo humano. Eso es mucho más que un descuido; es un crimen contra la humanidad entera. “Con esas cantidades”, me dice la señora Pérez, “se podría alimentar a más de 8 millones de personas al año, lo cual equivale a toda la población de Bogotá”.

Sandra Rhenals, por su parte, dirige el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis, que la Iglesia católica mantiene abierto en Cartagena desde hace casi veinte años. Sandra ha dedicado su vida entera a luchar contra el hambre de los más pobres. Es ella, precisamente, y con su valiosa experiencia, quien me hace caer en la cuenta de lo que ocurre en hoteles, restaurantes y otras empresas cartageneras en donde botan diariamente mucha comida sobrante, mientras la gente aguanta hambre.

“Hemos redoblado los esfuerzos”, me dice ella “para seguir recuperando los excedentes alimenticios que se pierden en el comercio, empresas e industrias, incluso hogares de familias, que nos están colaborando al entregarnos los alimentos que les sobran después de cada comida”. El mismo Banco de Alimentos me suministra un dato que le rompe a uno el alma: cada día se desperdician en toda Colombia 77.000 litros de leche. Y, mientras tanto, los niños lloran de hambre.

En el caso de Cartagena, los dos sectores sociales más afectados por el “hambre física” –como la llaman las gentes del Caribe– son los dos más vulnerables y sensibles: ancianos y niños, el abuelo y su nieto. El Banco de Alimentos entregó el año pasado 120.000 mercados. Fueron casi 1.400 toneladas de comida que alimentaron a más de 552.000 personas, casi la mitad de la población total de la ciudad. Y hasta ahora, en lo que va corrido del 2021, se han entregado 22.000 mercados, que equivalen a 361 toneladas.

Entre todos ellos, hay 455 niños y ancianos que están recibiendo su alimento en barrios populares como San José de los Campanos, Puerta de Hierro, Fredonia, Las Américas y Nelson Mandela. Tres veces a la semana pueden disfrutar de un almuerzo saludable, con un arroz reforzado con nutrientes y proteínas, carne, verduras y frutas. “Nuestro sueño”, agrega Sandra Rhenal, “es que todos esos niños y abuelos puedan obtener su alimento diario, de manera que nosotros podamos dedicarnos a abrir nuevas ollas en otros barrios de Cartagena”.

Entre tanto, Catalina Pérez, que, como ya les dije, es la directora de la Fundación Alimentar Colombia, me entrega unas estadísticas aterradoras sobre la situación que se vive en Bazurto, la plaza de mercado más grande y reconocida de Cartagena. Hicieron una investigación muy cuidadosa sobre el desperdicio de productos alimenticios que allí se genera. Lo midieron cuatro meses, desde abril y hasta junio de este año.

El resultado fue demoledor: en esos cuatro meses se perdieron 769.957 kilos de comida, es decir, casi 800 toneladas, nada menos. Ante una realidad tan apabullante, la administración del mercado empezó a colaborar de inmediato con una campaña organizada por la Fundación Alimentar para rescatar esa gran cantidad de comida. En este momento están organizando la instalación de una oficina, dentro del propio mercado, para trabajar de 4 a 11 de la mañana diariamente, acopiando y seleccionando los alimentos para luego transportarlos hasta la sede de la Fundación y allí organizar el reparto hacia los comedores comunitarios.

La Fundación Alimentar ha preparado un plan especial para recuperar aunque sea una parte de toda esa comida. Proyectan recuperar casi dos mil kilos por día, trabajando de lunes a viernes. Y estiman que esa cantidad puede ir aumentando a medida que todos los comerciantes del mercado vayan colaborando. La fundación considera que, si ese proyecto de trabajo tiene éxito, y la comunidad coopera, se recuperarán cada mes 38.500 kilos de comida, con los cuales podrán servirse 116.000 raciones mensuales. Casi 6.000 de ellas serían para los niños.

“El objetivo de todo lo que estamos haciendo en el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis”, me dice Sandra Rhenals, “es estimular a los protagonistas de las actividades económicas y sociales de Cartagena para que tengan conciencia de su responsabilidad en la búsqueda de soluciones a este problema tan grave. Y agrega: “Lo que nosotros buscamos es transformar la vida y la realidad de las comunidades más vulnerables, reduciendo los índices de hambre entre toda la población, especialmente en los niños y los ancianos”.

Se le regocija a uno el alma al comprobar que ejemplos como los de Sandra Rhenals y Catalina Pérez, y de todos los que las acompañan y les colaboran en sus dos organizaciones, han comenzado a producir los primeros resultados entre la gente. La periodista Julie González Ortega escribió una crónica, en el diario El Universal, en la que relata que hace cuatro meses varios jóvenes residentes en el barrio San Pedro Mártir se unieron y crearon un comedor comunitario. A esa iniciativa social la llamaron Kadosh, una palabra que en los orígenes de la Biblia significaba lo que es santo, la pureza, lo que tiene noble espíritu.

Esos muchachos se reúnen los martes y jueves y ellos mismos cocinan la comida que luego reparten en los sectores más pobres de Cartagena. “No podíamos quedarnos con los brazos cruzados”, dicen, como un verdadero ejemplo, Adrián Cassiani y Salua Tapia, los dos jóvenes que crearon Kadosh.

Me duele tener que contarles todo esto, pero ese es mi deber como periodista. Ustedes viajan a Cartagena, disfrutan sus vacaciones, en la mañana van a retozar en el mar y por la tarde recorren los incomparables lugares históricos. Cuando ya va anocheciendo, que es la hora en que el día comienza a envejecer, se toman de la mano y salen a disfrutar la noche romántica bajo el esplendor de la luna.

Luego se toman una copita de vino en una plaza colonial. Pero, en ese preciso momento, sin que ustedes lo sepan, hay millares de cartageneros que están aguantando hambre. Y eso que el turismo produce empleo e ingresos a los más pobres. En la ciudad hay 130.000 personas que viven en las condiciones extremas que impone la miseria. No tienen ni siquiera un ingreso de 4.920 pesos diarios, que es lo mínimo que se necesita para poder comer.

Porque en este país lo único que crece a la misma velocidad del hambre es la corrupción. Y, mientras tanto, ¿dónde están los ladrones que se roban el presupuesto destinado a la alimentación de los más pobres? ¿Y qué se hicieron los que saquean el dinero público? Están muy bien, gracias, disfrutando de la casa por cárcel. Y les mandan saludos.

Fuente: Juan Gossain en El Tiempo y mpr21

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