• La opinión de Álvaro Torres
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CARETAS FUERA

Estamos siendo testigos privilegiados de acontecimientos impensables hace solamente dos años. Y no, privilegiados no es un término necesariamente positivo: simplemente, indica una ventaja relativa con respecto a otros. Puedes ser testigo privilegiado de un accidente de tráfico, de un aterrizaje forzoso, o de los ruidos molestos de tus vecinos. ¿Se dan cuenta de lo simple que resulta manipular el lenguaje y, con ello, voluntades?.

Ocurre esto precisamente en la prensa generalista, aunque para algunos (muchos) nos resulte de una obviedad insultante. Manipula el lenguaje, manipula el mensaje, y habrás ganado. ¿Se dan cuenta de qué manera se entremezclan mensajes de miedo y, a la vez, de “solidaridad”?. Al contradecirte de manera tan obvia, creas confusión, incertidumbre y miedo. Has ganado. El mensaje ha calado, las marionetas actuarán de manera caótica, que es precisamente la manera más eficiente de manejar voluntades. Receta simple, truco viejo.

El miedo, emoción primaria, actúa como catalizador del gregarismo más animal y primigenio: ante cualquier amenaza, imaginaria o real, tenderé a estar más protegido dentro del grupo que haciendo la batalla por mi cuenta, o al menos eso pienso. El pienso es el pienso, hay que comer, lo de pensar lo dejo para otros: nunca me han pagado por ello, no iba a ser diferente ahora. Y, aunque haya algo dentro de mí que, quizá, me diga que no estoy obrando correctamente, el miedo a perder hace que me bloquee, y que busque así la manera más efectiva y rápida de conservar mi estatus. El “qué dirán” de toda la vida. Solidaridad, sí, pero para conmigo. Me es indiferente tener que malear mis convicciones si con ello puedo rescatar cinco minutos más de una realidad que, por mucho que me empeñe, no podré manejar a mi medida. Qué dirán de mí si me atrevo a pensar, puedo perderlo todo y no es plan.

Hay en esta (a mi juicio) falsa solidaridad algo similar a las antiguas campañas navideñas de “invite a un pobre a su mesa”; no cuestiono la genuina buena voluntad de algunos, de los que no lo hacían una sola vez al año. Pero sí me llama la atención la santísima trinidad de solidaridad, chantaje y falsas apariencias, y cómo coincide con la situación actual. Falsa solidaridad es el vacunarse por “la sociedad”como lo es invitar a tu mesa a un pobre una vez al año. Chantaje es decirle a Dios y a ti mismo que mereces cosas buenas, porque estás haciendo algo que, en tu mente, es “bueno”. Que sea una vez al año es algo sin importancia: ser solidario es muy cansado. Y falsas apariencias es, simplemente, que los demás vean lo que quieres que vean de ti: que tú no eres sospechoso de nada, que estás en el bando bueno.

Y es así como hemos llegado a esta situación: el miedo controla nuestros actos, la solidaridad para conmigo y, si la masa me lo permite, para con los míos. Estoy dispuesto a mentirme, a mentir, a dejarme manipular y a hacer lo que los demás consideren qué es correcto, no vaya a tener que enfrentarme a la verdad. Haré lo que sea con tal de gozar de aceptación, de pasar inadvertido. Aunque sea cinco minutos más.

Álvaro Torres