• La opinión de Federico Canelles
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AUTOCONTROL

En mi despertar a la adolescencia, que “groso modo” coincidió con mi despertar político, (finales de la década de los 70) escuché de viva voz de D. Luís Gómez Llorente, que los Estados (él lo decía en singular) nos habían puesto un Guardia Civil dentro.

Naturalmente no lo entendí. Pero esa frase, como semilla dormida, fue a su ritmo buscando la luz del sol. Y ahora en 2022 he visto el verdadero alcance de aquella sentencia.

El Estado (los estados) se permite prescindir de los rastreadores, militares profesionales, que tan útiles les fue en 2020 para crear alarma social y destrucción económica (lenta pero irremediable) por la simple razón que nos han puesto a cada uno de nosotros un rastreador dentro.

Todo lo que ha pasado antes y después de las fiestas navideñas 2021/22, pasará a los libros de historia (necesariamente clandestinos) como la mayor transformación social en el núcleo mismo de la sociedad, como es la familia. Diría más, en el propio núcleo de la familia, como es el individuo.

La maquinaria mediática del Estado ha terminado con el discernimiento, con la lógica y el sentido común.

El autocontrol (en el sentido más militar del término) nos ha llevado a buena parte de la sociedad a limitar las celebraciones en familia.  Desde pedir prueba de antígenos, (sí, en familia) hasta comer y/o cenar con las ventanas de la casa de abiertas de par en par. El uso de la mascarilla en casa, y sobre todo guardar las distancias en mesa y la observancia de una distribución concreta.  En todo esto hemos sido aleccionados.  Son muchos, por el bien común, quienes lo han seguido implacable y obedientemente.

Las pruebas de antígenos de venta en farmacia y ejecución personal (aceptadas por Salud Pública como prueba válida) han sido la mejor prueba de autocontrol y, como no podía acabar siendo de otra forma, desencadenando un fraude generalizado en absentismo laboral. De esto se han quejado empresarios y algún sindicato minoritario.  Los mayoritarios siguen el relato oficial.

En la España de pasaporte COVI – NAZI, de la segregación, la mascarilla obligatoria, la distancia física y social;  la España de la obediencia vacunacional: “Una dosis, dos dosis, tres dosis, trombosis” , la epidemia de casos, cosas y queses (lenguaje inclusivo)  está más disparada que nunca. 

En la España colapsada de hospitales vacíos.  En la España más autoritaria que se pudiera temer, por supresión de derechos y libertades. En la España de la desconfianza, el codo y el puño cerrado por todo saludo. En la España de la abolición del abrazo y los besos y del apretón de manos, la epidemia avanza desbocada.

Y mientras tanto, los efectos secundarios de las mal llamadas vacunas, cada día más evidentes en datos oficiales VAERS, son escondidos al conocimiento general y camuflados como efectos de la Covid-19 (la enfermedad con más variada sintomatología del historia médica) al tiempo que la Agencia Europea del Medicamento nos advierte que tanta dosis destruye el Sistema Inmunológico, los Estados nos preparan para recibir la 4ª sin rechistar.