• Escrito por Fernando López-Mirones, biólogo y divulgador científico
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LA CURIOSIDAD SALVÓ AL GATO

Un día más para tomar la decisión de luchar en nuestro ámbito diario.

Los pequeños NO cuando nos quieren imponer cosas absurdas e ilegales son muy importantes porque cada vez somos más e influyen en los que toman las decisiones; desde en un bar, hasta en un colegio, pasando por empresas grandes y pequeñas.

La Fuerza de Uno es la que cambia el mundo.

Perdamos el miedo a protestar con educación pero con firmeza. Dejarse pisar es dejar indefenso al siguiente paciente, al siguiente padre, al siguiente cliente…

La Fuerza de Uno es acumulativa, cinco, diez, veinte al día… ejercen una presión descomunal que lleva a cambiar decisiones erróneas.

Siempre puse el ejemplo del botellón. Siendo ilegal y haciéndolo a la vista de todos cada fin de semana, las autoridades no han podido pararlo ¿por qué?

Simplemente por la Fuerza de Uno. No hay policías para pararlos a todos, siguen y siguen, y además la mayoría de las veces no hay mayores consecuencias. Al final vencen.

Se acabó la tiranía de los hipnotizados, se terminó esa superioridad moral de reñir a los despiertos y que los que miran callen.
Igual que ya nadie se atrevería a cometer agresiones verbales a ninguna minoría en público sin ser recriminado, debemos conseguir cambiar ese MIEDO AMBIENTE de las calles, los colegios y las empresas.

No puede ser que el más merluzo marque las normas, que el más cobarde intimide a todos porque se cree con más spikes que nadie.

No se calle, no se deje pisar, sonría a cara descubierta, respire sin permiso.

El covidicio enfermizo es el raro, no lo es usted, no vaya acomplejado.

Acertamos en todo, lo dijimos y por desgracia ocurrió. Hasta los telediarios oficiales reconocen casi todo, aunque lo hacen tratando de que no se note.

No es momento de relajarse, volverán pronto y debemos enrolar al mayor número de dudacionistas posible.

Con una sola persona a la que usted consiga sacar de la hipnosis ya ha multiplicado su poder por dos.

El índice de contagio de ciencia debe subir 2, 4, 6… 10.000… La psicología calcula que los que se creen todo son apenas un 30 % de la población total, un porcentaje similar a los disidentes. La clave está en el otro 4O% restante, que son personas que se unen a lo que creen es la mayoría y no discuten. Esta población cambia de lado con extrema facilidad y lo hace a favor del lado que sea más perseverante y constante.

Por eso es muy importante que no nos callemos, que sigamos informando, siempre con amor y cordialidad, sin hacerlos sentirse mal, sin esos incómodos “ya te lo dije” que los inclinan hacia el otro lado.

La narrativa globalicista les ofrece una opción fácil y feliz, nosotros solo ofrecemos la realidad. El problema es que la verdad a menudo es incómoda aunque sea el camino a la felicidad real y duradera.
Estar del lado de la ciencia de verdad no significa vencer, hay que seducir con sus mismas armas. Hay que explicar sin parecer sectas raras, hay que hacer apetecible que a ese 40% le resultemos atractivos y simpáticos, no siempre despotricando.

De todos es sabido que un mal producto con unos buenos embalaje y publicidad vende más al principio, hasta que el comprador descubre el otro producto, mejor y más sano.

Pero si logramos que además de ser buenos lo parezcamos, los resultados serán óptimos.

Ese 40% son personas vacunadas, muchas de las cuales no piensan volver a hacerlo porque están viendo a seres queridos enfermar y morir a su alrededor desde que se pincharon. Gracias a Dios han tenido suerte, les ha tocado placebo o han reaccionado mejor, lo celebramos.

Pero es muy importante que no se la sigan jugando.

Puede uno cruzar una carretera con los ojos cerrados dos o tres veces y no pasarle nada, pero nadie duda de que si lo sigue haciendo tarde o temprano será atropellado.

Salga hoy a la calle con la sonrisa puesta presto a salvar a alguien, uno al día, solo haciendo que investigue un poco por su cuenta. Dele este canal u otros, que lo mirará en secreto aunque no se lo reconozca.

En este caso el refrán es al revés: la curiosidad salvó al gato. Un aullido.