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Un yihadista se hizo pasar por menor de edad y fue acogido durante una semana en el Centro de Menores de Amorebieta

Un peligroso yihadista del ISIS residió al menos durante una semana en el Centro de Menores de Amborebieta. ¿Atónitos? Pues así nos quedamos en la redacción de euskalnews.com cuando nos enteramos de ello.

Resulta que un combatiente del Estado Islámico residió durante al menos una semana en el mencionado Centro de Menores. Y todo ello siendo mayor de edad, tal como demostró el periodista de ABC Pablo Muñoz a principios de 2019 en una noticia que pasó totalmente desapercibida:

Fuente: ABC.

El supuesto yihadista entró al centro diciendo que tenía menos de 18 años… y le aceptaron. Sin más. Tras una semana, los trabajadores sociales le invitaron a irse al ser más que evidente que era mayor de edad.

Pero bueno, la ‘pifiada’ ya había sido cometida. Ese es el nivel de seguridad que ofrecen tanto la Diputación de Bizkaia, encargada de la tutela de los menores extranjeros no acompañados (MENAs) y de sus centros, como del Gobierno Vasco, responsable último de la seguridad en suelo vasco.

Para quien desee más información, colgamos la noticia completa de ABC escrita por el periodista Pablo Muñoz a fecha de enero de 2019. Reproducimos la noticia palabra por palabra, tal y como se publicó en ABC. Podéis verificar todo pinchando en el siguiente enlace o leyendo la noticia que ponemos a continuación:

Veinte agentes de media pegados a cada uno de ellos, siete días a la semana, 24 horas al día… La Comisaría General de Información de la Policía ha culminado esta semana una de las operaciones más delicadas y de más tensión a las que se ha enfrentado en los últimos años. En septiembre pasado detectaron la presencia en España de dos hermanos marroquíes, Yassine y Ousama Chaara, excombatientes de Daesh en Siria, que habían entrado por separado y de forma ilegal en España un mes antes procedentes de su país natal. Todas las alertas se activaron, y más al analizar sus movimientos, las extremas medidas de seguridad que adoptaban y la evidencia de que contaban con una red de apoyo logístico.

Después de más de tres meses sometidos a una investigación implacable no se les pudo demostrar actividad ilícita alguna, pero los expertos antiterroristas sabían que en cualquier momento podían actuar: tenían amplia experiencia en combate, eran un referente en ciertos ámbitos yihadistas y disponían de apoyo de terceros. Para conjurar cualquier riesgo, y de acuerdo con el juez instructor del caso, José de la Mata, de la Audiencia Nacional; otro magistrado de Guadalajara y la Secretaría de Estado de Seguridad se decidió utilizar los resortes de la ley de Extranjería y expulsarlos, el pasado lunes, a Marruecos. La razón: ser un peligro para la seguridad nacional. Una circunstancia expresamente recogida en esa ley que quedó plenamente acreditada por la Policía.

La familia Chaara, procedente de Tánger, estaba desde hace años fuertemente radicalizada y participaba en las actividades del Comité Conjunto para la Defensa de los Detenidos Islamistas, creado en 2011 en esa ciudad. En febrero de 2013 el padre y el mayor de sus hijos, Yassine, entonces con 21 años, dieron un paso más y se unieron a las filas de Daesh en Siria. Meses después la madre y el menor, Ousama, de 15 años, se encontraron con ellos. Los tres varones recibieron instrucción militar y al menos los dos mayores entraron en combate, mientras la mujer se dedicaba a las tareas del hogar.

Así fue hasta que en agosto de 2014 el cabeza de familia y el hijo mayor resultaron heridos en una acción de guerra y fueron enviados por Daesh a Turquía. Detectados allí, las autoridades de ese país los expulsaron a Marruecos por el peligro que suponían para su seguridad. De vuelta en Marruecos Yassine estuvo dos años en prisión, uno menos que su padre, que salió en libertad en 2017. Su mujer y el pequeño regresaron con ellos a Tánger.

Saltan las alarmas

En septiembre pasado la Comisaría General de Información tuvo el primer dato que apuntaba a que Ousama Chaaria había salido de Marruecos y viajado a España de forma clandestina. Podía estar en Cataluña. Saltaron las alarmas. ¿Qué quería hacer este tipo en nuestro país? La Policía comenzó a trabajar de inmediato y lo localizó en apenas una semana en un céntrico hostal de Madrid, donde había dado una documentación falsa pero similar a la suya: Ossama Chaca.

El trabajo sobre su teléfono móvil permitió averiguar además que antes de llegar allí había pasado por Barcelona y Toledo. Ya en la capital había dormido en otros dos hostales sin tener que facilitar su identidad, ya que las habitaciones se alquilaron a nombre del individuo que lo acompañaba. También se comprobó que el 20 de agosto había entrado en España en patera, en concreto por el Puerto de Santa María (Cádiz).

Ousama se convirtió en objetivo preferente de la Policía y estuvo permanentemente vigilado dentro de lo posible, ya que tanto él como aquellos con los que se relacionaba adoptaban constantes medidas de seguridad: miradas alrededor frecuentes, cambios de dirección sin sentido, recorridos de cientos de kilómetros para una cita de apenas 20 segundos… Aun así las vigilancias le fueron situando, primero, en un piso de un pueblo de Guadalajara, donde estuvo una semana prácticamente sin salir, y sin que por tanto se pudiera saber qué hacía dentro; y luego en Parla, en Toledo 15, un edificio tipo corrala en el que los inmuebles están «okupados» por árabes y en el que hay trapicheo de droga.

El segumiento allí eran prácticamente imposible, porque en ese lugar todos están hipersensibilizados a la presencia policial y cualquier extraño es detectado de forma inmediata. De las ocho entradas que hay, siete están permanente vigiladas por los residentes. Por tanto, no había posibilidad de penetración y todas las actividades del yihadista en esa zona quedaban fuera del foco de los agentes, con el peligro que eso suponía… Es fácil imaginar la tensión que eso provocaba en los encargados de la investigación y en el juez De la Mata, que dirigió la instrucción desde el mismo momento en que se detectó al «foreing fighter»: «Ha hecho un trabajo extraordinario, nos ha ayudado en todo, a cualquier hora estaba disponible», destacan fuentes del caso consultadas por ABC.

El 20 de septiembre, en medio de estas frenéticas pesquisas, surgió otro dato aún más preocupante: Yassine, el hermano mayor de Ousama, estaba en Palma. Se le había detectado en un hostal, donde también dio un nombre falso, y como su familiar estuvo alojado en otros establecimientos similares con el mismo «modus operandi»: era un tercero el que facilitaba su identidad para alquilar la habitación.

Yassine, como Ousama, tenía un apoyo logístico permanente: comida, alojamiento, dinero, traslados… Cambió hasta en cuatro ocasiones su teléfono móvil, siempre con conexión a Internet, y como su hermano siempre hablaba por mensajería instantánea para evitar ser escuchado.

Si la presencia del menor ya era inquietante, la del mayor aumentaba el peligro de que estuvieran tramando un ataque de forma exponencial. Habían entrado por separado –Youssane no se sabe cómo, quizá como polizón o en una patera llegada a Denia–, pero desde luego pocos días después que Ousama.

El dispositivo de seguridad en torno al hermano mayor deparó más sorpresas. Desde Palma se trasladó a Móstoles y desde allí, el 9 de octubre, a Parla… Lo hizo, además, acompañado de la misma persona que había acogido en Madrid a su hermano pequeño, que ya se había marchado de ese lugar. Uos de los primeros movimientos de Youssane fue ir a un centro comercial a comprar un teléfono móvil y ropa. La incógnita es quién le dio el dinero.

La investigación reveló además que las personas que los apoyaron en Madrid habían estado en contacto con ellos a través de redes sociales cuando aún estaban en Siria. Sin embargo, esos colaboradores no se conocían entre sí, de modo que se trataba de ayudas puntuales en lugares concretos.

Yassine estuvo en pisos de Parla y Fuenlabrada algo más de dos semanas, hasta que se fue al mismo pueblo de Guadalajara en el que había estado su hermano pequeño, y con la misma persona que lo llevó… Nunca salía del piso y por tanto la vigilancia era imposible.

Ousama, por su parte, había abandonado el pueblo alcarreño para dirigirse a Amorebieta después de que un compañero de patera la animara a ello. Se reunió con él en un centro de menores, donde dio una identidad falsa, la misma que había facilitado en el Puerto de Santa María, y dijo tener menos de 18 años. Al principio coló, pero una semana después fue descubierto por los trabajadores sociales.

Sin horizonte en el País Vasco, el joven decidió reunirse con su hermano en la población de Guadalajara en la que ya había residido. Eso sucedía en el puente de diciembre y viajó hasta Madrid en autobús. Al llegar lo recogieron y le llevaron a reunirse con su hermano.

Desde ese momento apenas salían de la vivienda, lo que preocupaba especialmente a la Policía. A pesar de que no se escatimaban medios –se llegaron a intervenir una treintena de teléfonos–, pasban los días sin que se pudieran encontrar pruebas contra ellos… Estaba demostrado que engrosaron las filas de Daesh, pero no se les podía acusar en España de pertenencia a organización terrorista porque el viaje lo habían emprendido desde Marruecos. Cosas de la derogación de la ley de justicia universal.

En este punto los responsables del caso y el juez De la Mata decidieron dar un giro a la forma de enfrentar la amenaza: estaba claro que la amenza era evidente y que los sospechosos podían dar esquinazo a la Policía y perpetrar un atentado. Pero sin pruebas concretas para imputarlos un delito la mejor opción era conjurar el peligro expulsándolos de España.

Antes de Navidad

La Ley de Extranjería era la herramienta adecuada para hacerlo, gracias al artículo que permite esta medida si la persona implicada es una amenaza para la seguridad nacional. Tomada la decisión, había que actuar rápido. El 18 de diciembre, poco antes de Navidad por si los objetivos tenían algún plan de atentar esos días, se los detuvo por la mañana en Guadalajara aprovechando una de sus poquísimas salidas juntos de la casa en la que vivían. Fueron informados de que estaban arrestados por estancia ilegal en España y llevados a un Centro de Internamiento de Extranjeros. Se mostraron desencajados, lloraban, se negaban a volver a su país y hubo que darles calmantes porque no querían comer…

A partir de ahí se instruyó el expediente, a una velocidad pocas veces conocida. Intervinieron las comisarías generales de Información y Extranjería, con sus correspondientes brigadas de Guadalajara; el juez De la Mata, que archivó la investigación penal, y un magistrado de Guadalajara que se encargó de la parte administrativa pendiente. Y por supuesto la Secretaría de Estado de Seguridad, que es la que debía firmar la expulsión.

El pasado lunes los dos hermanos cruzaron la frontera de Melilla de Beni Ansar. Al otro lado les esperaban policías marroquíes. No podrán volver a España en diez años. Todo el esfuerzo, también de servicios de países amigos que colaboraron activamente en este caso, en especial los de Marruecos, había merecido la pena. El objetivo era eliminar el peligro y se logró. Utilizando todos los resortes de la ley.

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