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OPINION

LIBRERÍAS OLVIDADAS – Fernando López-Mirones

  • Escrito por Fernando López-Mirones, biólogo y divulgador científico
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LIBRERÍAS OLVIDADAS

Es bastante interesante que sin haberlo leído, porque ni yo lo tengo aún, ya se estén moviendo los lobbys “científicos” contra mi libro; por supuesto se autodenominan así pero todos sabemos que en realidad son los colaboracionistas de la propaganda oficial de NOM.
Buena señal.

No consienten que alguien diga lo que a ellos les pagan por ocultar.

Se están enterando y ya preparan la artillería; pero estamos preparados. Quiero ponderar frente a ustedes la importancia de que una editorial tan importante haya tenido el valor y la gallardía de seguir luchando por la libertad de expresión.

Porque se trata de eso por encima de si se comparten argumentos o no.

Esto, que hace tres años hubiera sido lo normal, hoy es extraordinario.

Cuando ponerse de perfil es tendencia, en tiempos en los cuales mirar para otro lado es ser listo, son especialmente valiosas personas como Manuel Pimentel, el editor, que hace mas de un año me animó diciéndome: “lo que no está escrito en un libro no existe”

Desde entonces, con todo su equipo, pero sobre todo gracias a su energía cordial, hemos conseguido llevar hasta ustedes esta obra que, tal vez, sea histórica.

Estamos en lo peor de esta guerra, a partir de julio van a pasar muchas cosas que os adelanto en el libro, el cual mira hacia adelante y está escrito pensando en los no convencidos.

Pero al redactarlo también les tenía en mente a ustedes, y me obsesionaba no decepcionarles contàndoles lo que ya sabemos todos y hemos publicado mil veces. Por eso, busqué más allá para ofrecer una mirada inédita. No sé si lo logré, ahora el libro es de usted.

El papel será abolido porque no es mutable como los contenidos digitales. Una y otra vez hemos visto en estos dos años como guardar un link, vínculo o liga, como dicen en México, no sirve para nada; los borran, los eliminan, los editan, cambian, quitan y añaden.

Un libro físico en el anaquel de su casa, sin embargo, es una joya inalterable, heredable, casi eterna que le sobrevivirá a usted.

Los libros de papel siguen siendo peligrosos para el globalitarismo.

Fíjense hasta qué punto es así, que cuando redactaba la bibliografía de Yo, negacionista, obviamente incluí decenas de referencias científicas digitales que estuve guardando durante dos años. Muchas de ellas las copié físicamente, otras las imprimí, pero demasiadas desaparecieron.

¡No están! Me dijo Pilar, de Almuzara ¿qué hacemos, las quitamos? Y respondí “y cada vez desaparecerán más de ellas, hasta que no quede ninguna; me gustaría dejarlas para que el lector vea lo que ocurre” por eso ahí siguen, como rastros de la acción de control que sobre todos nosotros ejercen los poderosos.

Personalmente hace años que hago lo posible por hacerme con libros del siglo pasado. Cada vez que los familiares mayores o no tanto de algún conocido fallecen, algo por desgracia más frecuente ahora que nunca, me ofrezco a revisar su biblioteca para salvar cuantos volúmenes pueda de que los tiren a la basura, ante el espanto de mi esposa ¿más libros viejos?

Créanme que leyéndolos he encontrado datos, referencias y perspectivas imposibles de hallar hoy en ningún libro recién editado. La corrección política restringe a los autores actuales, los cuales, temiendo ofender a algún colectivo, se mueven entre líneas rojas que son lo contrario a la literatura libre. Muchas veces no es tanto por los autores como por que no encuentran editores valerosos.

Reviso los lomos en la biblioteca de una señora que falleció con 95 años y puedo repasar su vida, las decisiones que tomó, los títulos que conservó de su marido, incluso notas, cartas, fotos escondidas y hasta billetes antiguos dentro.

Siempre ha sido una experiencia mística para mi este proceso. Si estoy en la casa solo, primero les hablo a los dueños pidiéndoles permiso y asegurándoles que lo haré con el mayor respeto hacia ellos, después rezo y trato de conectar con sus almas para que no sientan una invasión de su intimidad.

Al salir me despido y aprendo sus nombres: Adelaida.

Tengo libros y algún objeto de personas a las que no conocí en vida y de las que me acuerdo por sus fotos e incluso las incluyo en mis oraciones. Vale, no era ese el tema, soy rarito, sí, pero esto ya lo sabían ustedes.

Lo que me deja estupefacto es cuando, varios años más tarde, uno de aquellos libros que salvé del contenedor, me presenta su lomo desleído como llamándome, lo abro ¡y contiene una información esencial para lo que estoy investigando en ese momento!

Me ha pasado decenas de veces. Y pienso que jamás hubiera encontrado ese ensayo perdido porque está descatalogado hace años y el autor es desconocido, aunque en su momento fuera un erudito que dejó allí su sabiduría de años. Esa información ya no está en ningún lugar, salvo en esas bibliotecas anónimas olvidadas.

Entonces me pregunto ¿quizá el nieto de algún aullador, que aún no ha nacido, encontrará mi libro dentro de 30 años y le llamará su lomo? ¿Es posible que lo lea? Buscará el nombre del autor pero no lo encontrará, porque los algoritmos se encargaron de banear su memoria. Y entonces pensará “¿esto pasó en la pandemia de 2020? Es muy diferente de lo que nos han contado…

Algo así solo puede ocurrir con un ejemplar físico desconectado de la falacia digital global.

Por eso, querido lector, yo prefiero tener guardado lo que los antiguos desconocidos quisieron decir, y no lo que los tiranos modernos decidieron dejar. Un aullido.

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