• Escrito por Fernando López-Mirones, biólogo y divulgador científico
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ME QUITO EL SOMBRERO

¡Pobrecitos míos! ¡Lo que han pasado! Lo peor en los aviones, cuando los dejo bien colocados arriba, sobre la mochila, y llega un pasajero tardío con un maletín gigante y pretende ponerlo encima aplastándolo. La tripulación nunca me ayuda, no están acostumbrados a que un sombrero de ala ancha necesita aire, si lo estrujan se deforma. Tampoco me gusta que me lo toquen. Al final, yo que entré primero, con el equipaje de mano correcto, me veo arrasado por el insolidario que lleva un bulto excesivo.

¡Pobrecitos míos! Una vez en destino, caerse en ríos con caimanes, en fangos inenarrables o en el suelo de las peores tabernas de Vietnam no les importa.

No les llamen gorros, son sombreros, guardan mis ideas, incluso las equivocadas. Saludar tocando levemente su ala es un gesto antiguo que hago desde niño. Porque siempre usé sombreros, todas mis fotos de pequeño son con uno sobre mi gran cabezón.

El de abajo, el veterano, fue pateado en el Orinoco por mí mismo un día de furia. Un aullido.