EL NEGOCIO DE LOS SOÑADORES – José Miguel Ruiz Valls
Escrito por José Miguel Ruiz Valls
EL NEGOCIO DE LOS SOÑADORES
Si la mente fuera un iceberg, el subconsciente sería la parte que no vemos, la parte que está bajo el agua. El caso es que, como la mente tiende a pensar (automáticamente) que todo tiene su opuesto, tiende a creer que la parte que está sobre el agua es la parte consciente. ¿Es, en realidad, tan evidente?
Los seres humanos somos una especie de animales que, se supone, nos asociamos por pura conveniencia; porque un hombre solo no puede dar caza a un mamut. ¿Verdad, Sr. Darwin? En la era pre-industrial, el ser humano entendió que “de la unión nace la fuerza” y a esa unión la llamó sociedad (O civilización). En toda sociedad, para que funcione, se deben cumplir ciertas reglas pues ¿Cómo cazar el mamut si cada socio se une a la cacería cuando le da la gana? Para cazarlo hay que ir juntos, todos deben levantarse a la misma hora aunque unos tengan más sueño que otros. Es el “sacrificio” de vivir en sociedad.
Pero del hecho de que el ser humano se avenga a respetar ciertas normas no puede inferirse que deje de ser salvaje. El salvajismo es su naturaleza y ninguna ley humana puede contra la ley natural. El ser humano se avino a cumplir ciertas normas por conveniencia y lo hará mientras crea que le conviene.
Reglamentar una sociedad supone establecer planes que, por definición, requieren tiempo. Pero el subconsciente no entiende lo que es el tiempo. El subconsciente vive en el presente, y vivir en el presente implica no tener en cuenta las hipotéticas consecuencias de un acto (Es decir, no tener en cuenta el futuro). Él es libre y no puede no serlo.
Tenemos por persona “civilizada” a aquella que intenta “domar al salvaje” y a tal intento de doma lo llamamos “educación”. La educación es pues la parte del iceberg que está sobre el agua y que mantiene “a raya” a la parte que está bajo el agua. Ello requiere un esfuerzo continuo que llamamos “represión”. Todos los seres humanos sabemos el esfuerzo que supone reprimir los impulsos sexuales de nuestro subconsciente.
Así pues, hemos levantado nuestra civilización estableciendo ciertas reglas que nos obligan a aceptar determinados comportamientos y a rechazar otros. Tal planteamiento nos induce a creer que tenemos una parte buena (La que está sobre el agua) y una parte mala (Que tratamos de ahogar). Esa es la idea en la que se fundamentan las religiones organizadas (Civilizadas). El caso es que, como la idea de tener una parte mala nos parece desagradable, tratamos de proyectarla (Es decir, preferimos pensar que el mal viene “de fuera”). Es así como el ser humano civilizado inventa sus demonios.
El diablo es pues todo “mal impulso” que surge del subconsciente pero que preferimos creer que surge del exterior. ¿Por qué siento el impulso de copular con esa persona que veo pasar por la calle y que no conozco? ¡Pues porque el diablo me tienta, claro! Pero entonces ¿Por qué la voz del diablo la escucho dentro de mi propia cabeza? El diablo es pues la parte sumergida del iceberg y por eso tratamos de reprimirlo. Es la técnica preferida de los sacerdotes católicos, por ejemplo, que pueden incluso flagelarse cuando perciben un impulso subconsciente.
¿Por qué no funciona la represión? Más aún, ¿Por qué, al reprimir, se consigue justamente lo contrario de lo que se pretende? El subconsciente se expresa por medio del deseo. Cuando quiere sexo, por ejemplo, lo quiere ya (Hemos dicho que no tiene en cuenta el tiempo) y no le importa con quién (Pues tampoco sabe lo que es el miedo). Cuando la mente civilizada percibe esa pulsión, intenta proyectarla en otro momento y en otra persona y le dice al subconsciente -Espera, ya te aliviarás cuando lleguemos a casa-. Ese es, sin duda, un método más efectivo que el de los curas, porque no niega la existencia del subconsciente ni de su deseo, tan solo lo disfraza y lo pospone, para no quebrantar las normas que le han permitido pasar de salvaje a civilizado. Es por eso que solemos elegir vivir en pareja. El problema de los curas es que su norma les prohíbe tener pareja y les impide, por tanto, adoptar tal solución.
Toda represión que se ejerce sobre el subconsciente supone esfuerzo y todo esfuerzo supone sufrimiento, lo que significa que, cuantas más reglas nos impongamos los seres humanos mayor será nuestra percepción de sufrimiento y menor nuestra percepción de conveniencia. Cuando la represión alcanza cierto grado sus efectos pueden verse en el cuerpo pues ocasiona rigidez muscular y lo que llamamos “tics nerviosos”. Toda tensión muscular, a partir de cierto tiempo, causa dolor (Cierra los ojos, piensa en reprimir algo y observa lo que sucede con tus músculos). ¿Deberíamos pues volver a las cavernas para dejar de sufrir? ¿Hicieron mal nuestros ancestros en asociarse para cazar mamuts?
No se trata de juzgarles a ellos, ni siquiera de juzgarnos a nosotros. Ellos hicieron lo que sabían hacer. ¿Estaría yo escribiendo esto si no se hubieran asociado? ¿Puedo pretender que entiendas mi escrito si no tengo en cuenta las normas gramaticales? El que está tratando de comunicarse contigo es mi “yo civilizado”. ¿Cómo podría recomendar, civilizadamente, un comportamiento salvaje?
La verdadera causa de que reprimamos temporalmente nuestro subconsciente, o de que intentemos “matarlo”, como los curas, es porque pensamos que no hacerlo significa convertirnos en salvajes (O en demonios) y eso nos dice que hemos fundado nuestra civilización sobre el miedo. El problema se complica cuando caemos en el hecho de que los seres humanos no hemos inventado una civilización sino muchas y cada una de ellas cree que sus normas son las “buenas”. Así, cada sociedad identifica demonio con extranjero y tiende a guerrear con él. Es por eso que los europeos masacraron a muchos americanos y africanos, porque su desnudez les hizo sentirse tentados. ¿Y quién tienta sino el diablo? (Al proyectar, no pudieron darse cuenta de que, lo que realmente tememos, es nuestro propio salvajismo).
La parte represora de la mente pretende controlar (O eliminar) a la parte reprimida pero como no puede hacerlo, y no quiere admitir su impotencia, opta por mantenerla oculta bajo el agua. Al hacerlo, deja de tenerla a la vista y al dejar de verla, deja de ser consciente de su actividad. Así averiguamos que la parte represora o civilizada no es en realidad “el consciente” sino “el inconsciente”, eso es, una parte de la mente que se separa de otra parte, a la que no quiere ver, con lo que, la mente única, se fragmenta en varias mentes que funcionan independientemente unas de otras. Solo así se entiende que un fabricante de armas de guerra, por ejemplo, pueda vivir la ilusión de ser un buen cristiano, porque ha fragmentado su mente para que una parte no sea consciente de lo que hace la otra. Esto, lejos de controlar al subconsciente supone, por el contrario, darle “patente de corso” pues mal se puede controlar aquello que no se ve.
Por tanto, si la parte reprimida de la mente es el diabólico subconsciente y la parte represora es el diabólico ego (O inconsciente); si el subconsciente nos impulsa a tener sexo con el primero que pasa y el inconsciente nos impulsa a matar al primero que pasa ¿Vivir es algo más que estar condenado a dejarse arrastrar, alternativamente, por uno y por otro? No, salvo que superemos ese modo dual de ver las cosas. Eso es la trascendencia (O la consciencia) que no es otra subdivisión de la mente sino el puente entre las subdivisiones que hicimos. La consciencia es pues conocimiento y todo conocimiento requiere observación. Ser consciente supone pues observar la parte sumergida del iceberg y para eso hay que zambullirse en las frías aguas, algo que nadie está dispuesto a hacer mientras pueda soportar su sufrimiento.
Ser consciente es dejar de identificarse, tanto con el represor como con el reprimido, para poder ver a ambos “desde arriba”. Para poder darse cuenta de que nuestra esencia no es ni uno ni otro sino ese observador que puede observar a ambos, y al hacerlo, puede percibir sus contradicciones y la tensión que surge del esfuerzo por mantener tales contradicciones. Ser consciente es entender que, en esencia, somos pura curiosidad (De ahí que la imagen más parecida a la de un ser consciente sea la de un niño).
Un niño no hace cosas buenas o malas. Un niño chapotea en el barro por pura curiosidad, y cualquier intento, por parte del adulto “civilizado”, de reprimir la curiosidad del niño no hará sino fijar esa curiosidad en su mente y activar el mecanismo del deseo. Así el niño desobedecerá al adulto tan pronto como éste se de la vuelta. ¿Habrá conseguido algo la represión? Sí, que el niño se sienta culpable por su desobediencia.
¿Qué es lo que hay en el subconsciente? ¿Qué es lo que tanto tememos ver? Pues nuestros propios chapoteos en el barro. ¿Y eso nos cuesta tanto aceptarlo? Sí, porque todo chapoteo va unido a un sentimiento de culpa, porque cada chapoteo creemos que fue un incumplimiento, un acto de desobediencia, un “pecado”, cuando no fue más que el efecto de nuestra curiosidad innata. El ser humano conoce experimentando. Ese es el fundamento de la ciencia.
Así pues, los seres humanos nos asociamos para cazar mamuts y establecemos normas para poder hacerlo eficientemente; y fundamos una sociedad que nos provee de alimento pero nos obliga a levantarnos aunque tengamos sueño. Cierto individuo de esa sociedad, influido por el malestar que le genera tener sueño, elige no levantarse a cazar pero, siendo que necesita alimento, ¿Qué hará para conseguirlo? Pues se le ocurre tratar de convencer a sus compañeros de que, lo que más les conviene, es que él se quede soñando mientras ellos cazan. El soñador les convence de que es un ser especial que puede dar respuesta a sus preguntas con la información que surge de sus sueños, que puede decirles, por ejemplo, dónde van sus seres queridos cuando mueren. Y así se pone en contacto el mundo de los sueños con el mundo real. Así la espiritualidad pasa a ser el negocio de los soñadores que, con el tiempo, van haciendo más y más normas, basándose en sus sueños y alejándose de la realidad, con la intención de atar a los creyentes a la culpa que surge forzosamente del forzoso incumplimiento de tanta norma.
¿Qué es lo que tenemos ahora? Una sociedad en la que unos cazan (O trabajan) para otros. Una sociedad de obreros y de zánganos. Una sociedad tan reglamentada que el salvaje está empezando a valorar si le conviene mantenerla. Una sociedad que olvidó que, en el fondo, todos somos curiosos (Y por tanto carentes de miedo, y por tanto libres, y por tanto iguales). ¿Se equivocaron nuestros ancestros al asociarse para cazar mamuts? Si has llegado hasta aquí, tu respuesta será un NO rotundo pues puedes entender que todo tuvo que suceder, tal como sucedió, para llegar hasta aquí. Si te has perdido por el camino, pensarás que sí se equivocaron. La verdad es que ellos hicieron lo que sabían hacer como nosotros hacemos lo que sabemos. ¡Nadie está obligado a más!
José Miguel Ruiz Valls