- La opinión de Patxi Lázaro, colaborador de euskalnews.com
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LA HOSTELERIA SE PREPARA PARA HACER FRENTE AL MES DE ENERO
Todos los años la economía experimenta su proceso ritual de renovación: se cierra el ejercicio, se hacen las cuentas anuales, listados de buenas intenciones, pronósticos, presupuestos, planes para el ejercicio siguiente y reflexiones sobre lo que fue, lo que es y lo que podría ser. Para la hostelería, después de su segundo cierre gubernativo tras el complicado e insuficiente período de recuperación de la actividad que siguió a la primera oleada del Coronavirus en primavera, el cambio de año supone un momento particularmente crítico. 2020 pasará a la historia como el año nefasto que todos tenemos prisa en dejar atrás. El hostelero no sabe lo que le depara 2021. El regreso a la normalidad ni siquiera depende de él, sino de decisiones de alto nivel tomadas en estamentos oficiales cuyos miembros siguen unas agendas totalmente ajenas a los intereses del hombre de la calle y además no tienen ningún problema para llegar a fin de mes.
Según el Banco de España, el turismo y la hostelería se encuentran entre los sectores más afectados por la presión de liquidez -es decir, la necesidad de conseguir el dinero necesario para saldar deudas a corto plazo con los bancos, arrendatarios, proveedores y administraciones públicas-. En la última encuesta más de un 70 por ciento de las empresas aseguran estar sometidas a una presión financiera excesiva (frente a un 10 por ciento antes de la pandemia). Con la actividad parada y sin medios para hacer frente a sus compromisos, calcular un porcentaje de establecimientos abocados al cierre definitivo es un ejercicio de análisis deprimente. Un ejemplo de lo que le espera a muchos pequeños empresarios es el cierre del emblemático restaurante Iruña de la calle Laurel en Logroño: su propietario, Carlos Martínez, es el primer hostelero español que echa la persiana para marcharse al extranjero en busca de un futuro mejor.
Las ayudas públicas se revelan insuficientes, demagógicas y burocráticamente inaccesibles. Ningún empresario competente cuenta con ellas. Otra de las desventajas de la hostelería es su excesiva atomización y la inexistencia de un lobby que defienda sus intereses frente a la clase política y las administraciones. Al Gobierno jamás se le ocurriría cerrar por decreto el Corte Inglés o una cadena de supermercados. Pero en el ruedo ibérico no hay nadie que se anime a poner una triste banderilla por el paisano que sirve cervezas detrás de una barra y aguanta las chapas de clientes pelmazos que no aceptan la hora habitual de cierre.
A pocos días de comenzar 2021, solo hay una cosa que se vislumbra con claridad: enero será el momento clave de la hostelería. De los próximos cambios en la normativa sanitaria, la eficacia de las nuevas vacunas y fármacos y la posibilidad de retorno a un régimen de actividad como el que existía antes de la crisis del Covid-19 depende todo. Y como elemento esencial de esa etapa, la capacidad de obtener mediante una actividad profesional sin restricciones los recursos que todo empresario necesita para hacer frente a unas obligaciones financieras que en este momento le sobrepasan. Otro camino no hay.