- La opinión de Kepa Tamames
- Si queréis que publiquemos vuestros artículos de opinión, tanto en euskera como en castellano, podéis enviarlos a info@euskalnews.com
Quizá los adultos consigamos digerir mal que bien todo este tsunami, pues al fin y al cabo disponemos de ciertos recursos mentales para según qué circunstancias: objetivación de los hechos, la famosa resiliencia (aprendida o de serie), habilidades para aprender de las crisis, talante positivo… ¿Pero qué pasa con esos chavales que vieron invadidas sus vidas de repente y sin explicación racional, sus rostros embozados, impedido no ya el contacto físico sino el simple acercamiento a sus amigos en aulas y patios? ¿Cómo gestiona toda esta mierda una mente infantil, trastocado todo su andamiaje por un supuesto bicho que ataca desbocado según horas, espacios, coordenadas geográficas y hasta color político del equipo de gobierno?
Se quedan extasiados los niños al ver a un transeúnte sin mascarilla, mientras engullen la merienda con mayor o menor desgana, y con el bozal colgado de la oreja. No reparan sin embargo en quienes van con el cigarrillo en la boca ―subió como la espuma la venta de puritos, que duran más, porque aquí el que no corre vuela―, exhalando una cantidad de aire mucho mayor que el que va a sus cosas sin barbijo, con la boquita cerrada y sorteando transeúntes, por aquello de no incomodar a nadie si puede evitarse.
¿Qué será de estos críos a medio plazo? ¿Qué es ya de ellos ahora mismo? Convengamos que ni la mente como concepto ni el cerebro como órgano entienden de pandemias, por lo que responderá como mejor sepa o pueda a un escenario distópico el primero, a la falta de oxigenación regular el segundo. Acostumbrados como estamos a que nos apunten cada dos por tres al entrecejo con un cachivache en forma de pistola (¿ni siquiera este «detalle» nos genera la menor suspicacia?), buena parte de la labor de un [hipotético] psicópata adinerado jugando a modelar el mundo estaría hecha. Llegados a este punto de locura colectiva inconsciente, de delación histérica, de «negacionismos a la carta», de identificación de «enemigos oficiales», de verificadores con carné que dictan lo que es cierto y lo que es falso, y aun lo que fue verdad y mentira hace noventa años, o cinco siglos, ¿qué necesitan ellos para confirmar que nos tienen atrapados por el gaznate? Toda la vida resaltando puntillosos que, aunque animales, nos distingue el raciocinio, para esto. ¿Acaso no es motivo para el sonrojo general? Pues parece que no, porque el sectarismo lo condiciona y lo arrasa todo. ¡Ay!
Desengañémonos: este y no otro es el panorama que dejamos a nuestros pequeños. Y entiendo que procede subrayar que, en efecto, «se lo dejamos», por cuanto tenemos los adultos una gravísima responsabilidad sobre los hechos. Felicitamos a nuestro chaval porque se chivó a la profe sobre la mala colocación de la mascarilla de Iker. ¡Qué heroicidad! Este muchacho acaba de jefe en la Policía del Pensamiento, al tiempo: un curro para toda la vida, y dando órdenes a troche y moche, el sueño de todo Gran Hermano.
Y ahora que tengo cierta confianza con mis lectores, les lanzo una pregunta íntima y personal, sabedor por encuesta propia de que se la hace mucha gente, y que acaso se responde sola (la pregunta, y aun no poca gente): ¿cómo habrían sido las cosas si todo esto pilla con un gobierno de signo diferente? Que cada cual rumie para sus adentros la respuesta.
Con quiénes de están cebando estos ricos despreciables es con los críos, y los padres lo tragan sumidos en el miedo. ¿Qué pasará por la cabeza de esos padres para hacer esos a sus hijos? Nosotros aquí, intentando cuadrar las cuentas para llevar a la pequeña a una ikastola cooperativa, fuera de todos los protocolos covid. Pero el problema será cuanto tiempo le dejarán dar clases sin mascarilla, sin termómetro, sin hidroalcohol. La mayor en el instituto le tocará siguie tragando, ni hay cooperativa para ella. Eso sí, el adoctrinamiento en mi casa no va a funcionar.
Gracias por dar voz a los que no pueden defenderse, ya que sus padres no lo hacen