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El boicot a los artistas rusos envilece a Europa

EL BOICOT A LOS ARTISTAS RUSOS ENVILECE A EUROPA

Esta es una cuestión que se ha planteado repetidamente desde que comenzó la guerra de Ucrania. Directores de orquesta como Valery Gergiev (en la imagen) o cantantes de ópera como Anna Netrebko han visto cancelados sus contratos en Alemania y otros estados de la Unión Europea por mostrar su apoyo al gobierno de su país o, en algunos casos, incluso por mostrar tibieza frente a las exigencias de unos medios que, prácticamente, poco menos les ordenaban declararse a favor de la línea oficial de la OTAN con respecto al conflicto de Ucrania. de lo contrario se verían abocados a sufrir las consecuencias. Que es lo que efectivamente sucedió. Y es ahí hasta donde hemos llegado en esta Europa que cada vez es más provinciana y paleta, más despreciable en su servidumbre con respecto a la política exterior de Estados Unidos y, por ende, más desconocedora de su propia historia. Comparando a Vladimir Putin con Hitler, quienes escrachan a los artistas rusos olvidan que el único estadista europeo que prohibió pintar, escribir, cantar o actuar a los artistas fue precisamente el dictador alemán.

Esta práctica del boicot fomentado desde esferas oficiales resulta repugnante por varias razones. En primer lugar, el arte debería quedar al margen de los conflictos bélicos o políticos. Pero es que además, hemos de tener en cuenta que estas personas tienen su nacionalidad rusa y son patriotas de su causa. Nos gustará o no, pero es así y hay que aceptarlo. Y finalmente, ¡como si pudieran elegir! Gergiev y Netrebko están de gira por Occidente, pero tarde o temprano volverán a Rusia y allí les pedirán cuentas, del mismo modo que aquí la gente mira con lupa a cualquier compatriota al que hallándose fuera se le ocurriese decir alguna inconveniencia sobre su tierra. La pretensión de obligarles a romper su cordón umbilical por una simple cestión de dinero, exponiéndose al rechazo general en su propio país, resulta tan ridícula como las ínfulas de superioridad moral que Europa se arroga como impulsora de las libertades democráticas en Ucrania, cuando en realidad lo único que hacemos es promover una guerra encubierta por encargo de Washington.

A veces, llevados por un entusiasmo de manada en torno al mito de un pueblo ucraniano heroico, resistente y demócrata de toda la vida -que solo existe en la propaganda de la OTAN y en la exaltada imaginación de cuatro guerreros de sofá-, nos olvidamos de que la vida debe estar gobernada no por los clichés de las series norteamericanas, sino por consideraciones de equidad, sentido comun e inteligencia social. Ayer mismo, en un post publicado sobre este tema, una señora de Vitoria se lanzó a comentar y a sentenciar, con unos puntos de vista tan ramplones y maniqueos que, muy en contra de mi talante, me vi obligado a intervenir para pararle los pies. No con el propósito de limitar la libertad de expresión en mi FB, sino como airada respuesta a ese moralismo vasco pequeñoburgués, impulsivo, de catequesis y ordenado desde el poder, que tanto limita las posibilidades de desarrollo de nuestro pueblo.

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El problema de los artistas boicoteados no sería algo grave si se tratara de una animadversión que brota espontáneamente del propio público -como por ejemplo la fobia hacia la música de Wagner en Israel-. Cada uno tiene sus gustos y no hay más que hablar. Pero cuando es el poder el que fomenta la exclusión, y la gente la que la asume en respuesta a un toque de tambor, entonces tenemos un doble problema: por un lado, el empobrecimiento cultural, y por otro, la sumisión palurda e irreflexiva de la ciudadanía a las consignas de las élites.

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