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OPINION

EL BUSCADOR AFRICANO – Fernando López-Mirones

Escrito por Fernando López-Mirones, biólogo, documentalista y divulgador científico

EL BUSCADOR AFRICANO 

Aurelio nació en Tagaste, Argelia, en el año 354; su madre, la también africana Mónica, lo educó bien, pero él tuvo una juventud rebelde, como buen buscador. Nadie podía imaginar entonces que su pensamiento iba a tener un impacto decisivo en la ciencia occidental, hasta el punto de considerarlo el patrono de “los que buscan”.

El padre de Aurelio, Patricio, era ciudadano romano de pleno derecho, pero tenía bastante mal carácter.
En su juventud, Agustín fue bastante golfo, dado los placeres mundanos. Convivió con una mujer durante catorce años, con la que tuvo un hijo de nombre Adeodato, que murió muy joven.

Mónica andaba bastante preocupada por la mala vida de su hijo, sin embargo tuvo infinita paciencia con él. Aurelio solo quería ser famoso, para ello se fue a Cartago, y después a la capital del Imperio, Roma, donde triunfó con su labia e inteligencia, convirtiéndose en lo que hoy llamaríamos abogado. Pero era inquieto, metía la cabeza en todo, leía sin parar, se preguntaba cosas entre juerga y juerga. Se metió en creencias y sectas, escuchaba, pensaba, fue gnóstico, maniqueo…

El mismísimo emperador lo nombró orador oficial en Milán por su dominio de la retórica; pero según cumplía años, su búsqueda de la verdad se hacía mayor.

Una tarde, cuando estaba en un jardín, sumido en una profunda melancolía, o quizá una resaca enorme, oyó la voz de un niño que le decía: “Toma y lee; toma y lee”.

Aurelio, al que ya se conocía como Agustín, abrió al azar, el libro que tenía en la mano (siempre tenía alguno). Se fijó en el primer párrafo que vio, que decía:

“Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujurias y desenfrenos…revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”

Era el capítulo 13 de la carta de Pablo a los romanos. Ni que decir tiene el impacto que causó en Agustín aquella “casualidad”, que él tomó como un mensaje claro. Pasaba ya los 30 años, no era joven , y menos para su tiempo.

Su pobre madre, Mónica, que nunca perdió la fe en que su hijo viera la luz ni dejó de rezar por él (y por el marido), vio por fin recompensadas sus oraciones. Después Agustín escribiría en su libro Confesiones:

“Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”.

En el año 387 fue bautizado junto a su hijo, tenía 33.

Regresó a África, murió su madre en el 387 en Ostia – el puerto de Roma que visitaremos en nuestra próxima travesía al Mar Tirreno – y eso le causó una profunda impresión, consciente ahora de la inmensa fe que ella tuvo siempre en él a pesar de todo. Quiso dedicarse a la oración y la meditación, pero tamaño talento oratorio e intelectual no podía quedarse en eso. Su lucidez, valor y sabiduría predicando por África no pasaron inadvertidos, fue ordenado sacerdote y después obispo, casi sin quererlo, pero aceptándolo consciente de que era su misión.

Agustín de Hipona, ya lo llamaban así, estuvo 30 años en el lado oscuro, y se las sabía todas; a él no le engañaban los charlatanes, timadores y oficialistas; su talento era mayor ahora que sabía cuál era su camino Entró a todos los trapos de su tiempo, combatiendo herejías, debatiendo con brillantez, no pudiendo evitar que su fama creciera, ¿no era eso lo que quería de joven?, sí, pues le vino después, cuando ya no lo deseaba, pero todo su pasado cobró sentido, como siempre pasa con todos nosotros.

En agosto de 430 falleció su cuerpo, pero creció su leyenda.

San Juan Pablo II en 1986, con ocasión del XVI Centenario de la Conversión de San Agustín, publicó la carta Augustinum Hipponensem para difundir la vida y obra de este Doctor de la Iglesia.

Mónica es considerada hoy como el modelo de madre, de hecho hay grupos de ellas que se autodenominan las Mónicas, y por supuesto fue declarada Santa.

Ayer 27 de agosto se celebró Santa Mónica, y hoy 28 es San Agustín

Yo me eduqué en el Colegio San Agustín de Madrid, y como ya desde niño era bastante tocanarices, solía decirles a los agustinos (a los que yo llamaba “padres langostinos”), que iba a seguir el modelo de San Agustín, es decir, un juerguista hasta los 33, y después ¡santo!, era el plan perfecto;  dado que tenía 14 cuando decía eso, me veía yo con la justificación para dos decenios de Johnnie Walker sin salirme del modelo.

Bromas aparte, recomiendo a propios y extraños repasar la vida y obra de San Agustín, un moro fenicio que cambió el mundo después de bebérselo.

En enero del 2008, el Papa Benedicto XVI se refirió a él como “hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia […] que dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”.

Benedicto XVI solía decir que Agustín fue un “buen compañero de viaje” en su vida.

Aquel año en el Colegio San Agustín, justo antes de entrar en la universidad, escribí el primer guion de mi vida, se trataba de una obra musical titulada Agustín de Hipona, al modo de los entonces de moda Jesucristo Superstar y la serie de bailarines Fame. Vestidos de macarras y cantando rock, a los padres langostinos les pareció bien, eran los tiempos, los magníficos años 80. En realidad lo hice para ligarme a una chica guapísima a la que mi mejor amigo también roneaba. Me las arreglé, como guionista, para que el personaje de ella, Mónica, y el mío Bernardo, tuvieran todas las secuencias juntos llenas de diálogos y bailes que ensayar. Aquella chica es hoy mi esposa, y aquel amigo es el conocido presentador Jesús Vázquez, que entonces no había salido aun del armario y era un rival formidable para competir con él por una chica.

Así que le debo mucho a Aurelio Agustín, además de mi pasión por África. ¡Feliz San Agustín!

Un aullido

Fernando López-Mirones

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