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Las mujeres que servían como cobayas de los médicos: Del ‘útero errante’ al ‘baile de las locas’

La directora de cine francesa Melanie Laurent ha llevado a la pantalla “El baile de las locas”, basada en la novela homónima de Victoria Mas., sobre las mujeres encerradas en el hospital Salpetriere de París, donde médicos como Jean Martin Charcot las utilizaban como cobayas para realizar sus experimentos.

Es un contrasentido mezclar algo tan divertido, como un baile, con algo tan terrorífico, como el hospital Salpetriere, que por sí mismo contaría la historia pavorosa de un internado que servía para que un “prestigioso científico” hiciera sus experimentos con mujeres que carecían de recursos para defenderse a sí mismas, una especie de “Mary La Tifoidea” a gran escala.

En el siglo XIX, el “baile de las locas” era una de las atracciones más populares de París, una reunión social que congregaba a la burguesía feliz en torno a mujeres solitarias (solteras), abandonadas o encerradas por sus maridos o padres con cualquier pretexto. Entonces había muchos de espectáculos de ese estilo en la capital francesa, donde la carne de cañón de la sociedad se había convertido en monos de feria propicia para divertirse, emborracharse y pasar una buena tarde de domingo.

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El espectáculo se celebraba a finales de febrero, el martes de Carnaval, alentado por el doctor Charcot, uno de los más prestigiosos médicos de la época. El baile acercaba a la “alta sociedad” a las mujeres “enfermas”. Había otro para niños epilépticos, para travestidos… La humillación pública era la única ventana para unos seres que vivían en un encierro perpetuo, por “razones médicas”.

La película recorre el viaje de la joven Louise, una mujer “alienada” que sufre “ataques de histeria” tras ser violada. También presenta a Thérèse, una prostituta que lleva años internada por haber arrojado a su chulo al río Sena. Otro personaje es Eugenie, que tiene el poder de comunicarse con los muertos, así como a la enfermera jefe, Genevieve, interpretada por la propia directora.

Por sí mismo, el hospital Salpetriere, el más conocido de la capital francesa, merecería varias novelas trágicas. Construido en el siglo XVII, primero fue una especie de cárcel para desempleados, mendigos, campesinos expoliados, emigrantes… Marx relató la historia de este tipo de centros en uno de los fragmentos más brillantes de la literatura universal: la acumulación originaria de capital.

En aquella época no había ninguna diferencia entre un hotel, un hospicio o un hospital. Eran centros de reclusión del “ejército industrial de reserva”, la mano de obra barata que se reclutaba entre los los locos, los alcohólicos, los huérfanos y, naturalmente, las mujeres. En pleno centro de París unas 10.000 mujeres permanecían recluidas con diversos pretextos, algunos de los más peregrinos: libertinaje, histeria, prostitución o aborto.

Hasta la Revolución, la Salpetriere no tenía ninguna función médica. En 1792, bajo “el Terror”, cientos de hombres armados entraron en el hospital y liberaron a 186 mujeres, pero violaron y masacraron a una treintena de ellas.

Jane Avril

El internado tenía una reputación aterradora: “La fuerza, la violencia, la brutalidad, incluso la ferocidad, reinaban. Los baños helados, los azotes y la privación absoluta de alimentos eran los medios que se empleaban constantemente contra los ataques de locura furiosa, medios bárbaros y estúpidos que, lejos de detener el mal, lo avivaban y lo hacían incurable”, escribió un periodista de la época.

A finales del siglo XIX, el doctor Charcot reconvirtió una cárcel en un hospital. La mujeres dejaron de ser presas para ser enfermas, pero siguieron encerradas igual. La diferencia es que a un enfermo hay que curarle… aunque ellos no quieran y aunque los médicos no sepan cómo. Si no se conoce ningún tratamiento curativo, se trata de experimentar y quizá suene la flauta por casualidad y aquellas “locas” se vuelvan cuerdas mágicamente sometiéndolas a torturas, como sumergirlas en agua congelada.

Antes de Freud, el doctor Charcot estaba considerado como un pionero en la hipnosis y la histeria, que en la época era un trastorno -principalmente femenino- causado por un “útero errante”. Una vez a la semana, el médico abría al público el “salón de las histéricas” del hospital, en el que las mujeres cobaya se hicieron famosas. Fue uno de los más memorables espectáculos de circo de la época. Una de las cobayas, Jane Avril, llegó a ser luego bailarina principal del Moulin Rouge, inmortalizada en varios retratos del pintor Toulouse-Lautrec.

Al final de sus días Charcot reconoció que estaba equivocado, pero para entonces la medicina ya era un espectáculo mediático en el que los enfermos y los sanos (sobre todo los sanos) jugaban el papel de bufones. “No hay personas sanas, sólo mal diagnosticadas”, es el lamentable lema de los matasanos posmodernos.

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