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OPINION

UNA DE ROMANOS – José Miguel Ruiz Valls

UNA DE ROMANOS

La historia que nos han contado sitúa, en la revolución francesa de 1789, el punto de ruptura entre el antiguo régimen aristocrático y el “moderno régimen democrático”, aún vigente. Fue esa misma historia, escrita por los vencedores, la que nos presentó a los aristócratas como seres crueles, degenerados, odiosos, a través de figuras como la del marqués de Sade. Hoy día, si alguien propusiera abolir la democracia y volver al viejo régimen, seguramente sería tachado de reaccionario por la mayoría, que confunde a los nobles con los aristócratas. ¿Qué sabemos de la aristocracia, más allá de los tópicos que repiten cineastas subvencionados, con evidente ánimo propagandístico? ¿Sabemos que Aristocracia significa, ni más ni menos, “el gobierno de los mejores”?

Para los romanos, había tres tipos de humanos: Los ciudadanos, los esclavos y los aristócratas. Los primeros eran libres, los segundos no eran dueños de su tiempo ni, por tanto, de su vida. Todo el mundo sabe, por las películas, que un extranjero podía ser reducido a la esclavitud al ser tomado como botín de guerra. Lo que la mayoría desconoce (Porque no lo muestran las películas) es que muchos esclavos eran romanos de nacimiento que cayeron en ese estado, por haber contraído deudas que no podían saldar, por haber pedido préstamos que no podían devolver (No por otra cosa decía Cicerón que la esclavitud es la sujeción de un espíritu débil y cobarde que no es dueño de su voluntad). El endeudado no veía más remedio que ponerse a trabajar para otro, a las órdenes de otro, sirviendo los intereses de otro, con la esperanza de ganar lo suficiente para recomprar su libertad. ¿Qué estaría uno dispuesto a hacer para volver a ser libre cuanto antes? La mayoría estaban dispuestos a hacer cualquier cosa que se le antojara al prestamista. Esclavitud y corrupción suelen ir de la mano.

Vemos pues que, para los romanos, un esclavo no era más que lo que nosotros llamamos un “trabajador por cuenta ajena”, un humano que no podía disponer de su tiempo por haberlo enajenado, un humano que estaba obligado a servir intereses a ajenos. Es por eso que, para proteger a la sociedad, en general, y a los mismos esclavos, en particular, la ley les negaba el derecho a participar en asuntos públicos, mientras no fueran manumitidos pues, en caso de tener que votar ¿Qué votaría un esclavo sino lo que le ordena su dueño? Si la mayoría de romanos hubieran estado empeñados con el banquero y les hubieran dejado votar ¿Qué habrían aprobado sino el interés del banquero?

Cumplir órdenes de otro convierte al cumplidor, automáticamente, en un irresponsable. “Es mi obligación”, “hago mi trabajo”, “soy un mandao”, son frases típicas de quién no responde por sus actos. Participar en los asuntos públicos se entendía como un acto de máxima responsabilidad que, obviamente, no se podía dejar en manos de irresponsables. Esa era la lógica del voto censitario. Para votar, había que demostrar que no se estaba atado por deudas. Solo los libres podían participar en las elecciones pues se daba por supuesto que solo ellos eran autenticamente independientes (En España, el voto censitario se contempló incluso en la Constitución de 1812, tan aclamada por los actuales demócratas, al establecer que solo podían ser elegibles los que demostraran tener medios propios de vida).

En el antiguo régimen, el esclavo tenía restringido, tanto el derecho a elegir como a ser elegido; el ciudadano-libre podía ser elector pero ¿Qué hacía falta para ser elegible? Pues tener suficiente “auctoritas”. Los romanos distinguían entre “auctoritas” (Autoridad) y “potestas” (Potestad). La potestad es el poder que puede otorgar un poderoso a un esclavo para que le defienda (Es el poder de nombrar policías, por ejemplo). La autoridad, en cambio, es el poder que se gana uno mismo con su conducta intachable, con su ejemplo. La potestad la otorga el poderoso, la autoridad la otorgan los ciudadanos que, al reconocer buenas cualidades en otro, al reconocer que el otro está “entre los mejores”, lo transforman en aristócrata (A ese tipo de autoridad, que no gusta a los poderosos, se refiere Mateo 21:23, cuando cuenta que los jefes religiosos amonestaron a Jesús, por enseñar, diciéndole ¿Con qué autoridad haces ésto?”).

Los historiadores dicen que, el final del imperio romano fue una época caracterizada por la vulgarización del saber, y puede que el mejor ejemplo sea la fusión (y confusión) de los conceptos “autoridad” y “potestad”, que incluso hoy se utilizan como sinónimos. Hay quién no concibe otra forma de poder que la que otorgan los poderosos, y eso nos ha llevado, por ejemplo, a policías que cumplen ciegamente las órdenes de quién les nombró, aunque con ello infrinjan leyes nacionales e internacionales, aunque con ello violen derechos humanos, dañando así a sus propias familias e incluso a sí mismos ¿O no son ellos humanos?

Un humano que renuncia a sus derechos humanos no es raro que se comporte como una bestia ¿Qué responsabilidad es capaz de asumir? Ninguna. “Cumplo órdenes”, “no es cosa mia”, “yo no soy quien dicta las normas”, suelen decir para excusarse. Si un humano esclavizado es quién ha sido despojado de derechos civiles, con el fin de proteger a la sociedad, un humano bestializado es quién se ha despojado, a sí mismo, de sus derechos humanos. El esclavo conserva la humanidad, espera recuperarla; el bestia no puede ser llamado humano, por haberlo decidido él mismo pues nadie puede ser privado de sus derechos humanos, de sus cualidades humanas, si él no consiente (Otra cosa es que puedan ser violados pero no se viola lo que no existe).

Si ves alguna película de romanos, seguro verás a algún poderoso maltratando a sus esclavos. Con ello pretenden hacer creer al espectador que la esclavitud es mucho más terrible que el trabajo por cuenta ajena. Los esclavos eran tratados como herramientas de trabajo con las que se pretendía obtener una producción. Y aquí cabe preguntarse ¿Quién dañaría sus propias herramientas pudiendo evitarlo? ¿Debemos creer que los mismos terratenientes que alimentaban bien a sus mulos para que rindieran en el campo, alimentaban mal a sus esclavos? ¿Para que rindieran mal? ¿Y les hacían vivir en chozas insalubres? ¿Quién tendría su finca plagada de chozas hedionadas pudiendo evitarlo? ¿Quién se sentiría orgulloso de mostrar a las visitas, caballos y esclavos demacrados?

Los esclavos se utilizaban para producir. ¿Causarles heridas no sería tanto como reducir su capacidad productiva? ¿Qué empresario haría eso? ¿De qué le hubiera servido a un hacendado tener un montón de esclavos lisiados y famélicos? Es a los hombres bestializados a los que se les pueden hacer tales cosas, por haber renunciado ellos a su responsabilidad y, con ello, a su libertad. De ellos no se espera ninguna producción; menos hoy que casi todo lo hacen las máquinas. A ellos sí los maltratan de muchas maneras, incluso inoculándoles venenos. ¿Qué poderoso sentiría remordimientos por tratar como una bestia al que renunció, voluntariamente, a sus derechos humanos?

José Miguel Ruiz Valls

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