Cienciolatría inconsciente e ingeniería social
- Escrito por Frasco Martín
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Cienciolatría inconsciente e ingeniería social
“La ciencia” (y aquí hablamos de su deformación, no de lo que es o debería ser, de ahí el entrecomillado) se ha convertido en el referente supremo de la sociedad actual: una pseudomitología envuelta en el aura de la “verdad” que su utilitaria consecuencia, la tecnología, falsamente avala por sus “éxitos”. Seductor engaño, aunque no el único. Ni la ciencia es “una”, ni sus pragmáticas aplicaciones certifican su reduccionista comprensión de la realidad, ni su pretendida objetividad es tal. Esto es algo que los científicos de mayor nivel conocen pero, a nivel académico, burocrático, político y popular no se cuestiona. La pasada “pandemia” ha sido un buen ejemplo de esto… y lo sigue siendo. Cualquier artículo de la prensa sistémica -o noticiero de la teleficción-, con la palabras mágicas “un estudio dice” o “un experto dice”, predispone al personal a tragar con “virus”, terapias génicas aceleradamente diseñadas y sospechosas medidas de “contención”, entre movidas varias (conflictos bélicos, fiascos climáticos, alienígenas o lo que se les ocurra en sus “filantrópicas” cabecitas a los que pretenden manejar los hilos). Expertos en especialidades sin visión global, compartimentos de la obsesión por la cuantificación, presos de la estadística y la ilusión de los fenómenos repetibles y las variables controlables, fascinados por los modelos informáticos y sus digitales Ignorancias Artificiales, en la estrecha concepción de un universo que se les escapa, por mucho que intenten dominarlo.
“La ciencia” confirmará lo que a la tecnoecosexoplutocracia convenga en cada caso, porque “la ciencia” son los científicos y sus organizaciones, sus academias e instituciones, sus investigaciones y publicaciones… y todo eso es dinero, naturalmente. Dinero y prestigio. Subvenciones, incentivos, patrocinios… ¡Ay de aquel que se atreva a cuestionar el paradigma! El “consenso científico” no permite disidencias en su “democrático” conciliábulo. Ya se encargarán políticos, medios y fact-checkers de censurar o denigrar a los rebeldes. La obvia paradoja es que en la propia historia de la ciencia han sido esos outsiders los que han planteado nuevas perspectivas posteriormente aplaudidas.
Una “ciencia” plagada de logros materiales con efectos colaterales que siempre se pretenden desvincular de su hipotética e impostada “pureza”. La validez que la ciencia tendría como perspectiva de conocimiento, en el ámbito que le corresponde, se diluye en el absolutismo con el que pretende soberbiamente arrogarse la única -o más válida- comprensión de la realidad. Y este es el principial error que lleva arrastrando desde hace tiempo. Desvinculada de la Tradición, de la conexión espiritual que da sentido y ordena la existencia, se ha convertido en un monstruo que devora los límites de una moral cada vez más laxa, supeditada al interés del egolátrico e individualista “superhombre” (transhumanismo in progress).
Para terminar -y no perder la costumbre-, en este último párrafo una cita, ya que mi intención no es recrearme en las reflexiones y trampas del ego (no vendo “nuevas” filosofías o terapias, libros o cursos… ni tengo la pretensión de tener más pacientes en consulta, que la edad pesa) sino apuntar a autores y vías Tradicionales (la transmisión del conocimiento liberador, según diferentes y convergentes doctrinas, métodos y maestros, desde la Unidad Trascendente de la que emanan), como mejor guía en estos confusos tiempos para cualquier buscador sincero. En el muy recomendable libro El científico y el santo: los límites de la ciencia y el testimonio de los sabios (Avinash Chandra), en el que -desde la perspectiva Tradicional- se examina en detalle lo que aquí brevemente comentamos, aparece una reveladora cita de Huston Smith, presentando el «programa máximo» de “la ciencia” en su afán por reconstruir torticeramente el mundo y el hombre: “A lo largo de los años he llegado a hacerme una idea del programa en el que se encuentra embarcada la ciencia. Consta de seis partes. Primero: debemos crear vida. Los hay que consideran que ya se ha dado este paso, si bien de forma rudimentaria, a través de las moléculas gigantes, los aminoácidos y los virus. Segundo: debemos crear mentes. Sobre este punto algunos sospechamos un gran artificio, pero da igual: con la cibernética y la inteligencia artificial, la analogía entre mentes y máquinas pensantes está siendo llevada hasta el extremo. Tercero: debemos crear individuos integrados mediante la química: tranquilizantes y energizantes, barbitúricos y anfetaminas, toda una farmacopea para controlar nuestros estados de ánimo y emociones. Cuarto: debemos crear una buena sociedad a través de una «ingeniería conductista», un programa condicionante, liminal y subliminal, que utilizando propaganda y mensajes ocultos induzca a las personas a comportarse de forma que contribuyan al bien común. Quinto: debemos crear experiencias religiosas a través de las drogas psicodélicas: LSD, mescalina, psilocibina y otras parecidas. Sexto: debemos vencer a la muerte; conseguir la inmortalidad física mediante una combinación de trasplantes de órganos y geriatría que detengan el proceso de envejecimiento y lo hagan retroceder en sentido rejuvenecedor. […] Cada una de las seis partes de este programa emergente dirige no solo los esfuerzos sino también la fe de algunos de nuestros mejores científicos”.
Dios nos libre.
Centro MENADEL Psicología Clínica y Tradicional
Frasco Martín (Col. AO-06454)
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