Escrito por Fernando López-Mirones, biólogo, divulgador científico, director y guionista de cine documental, escritor y profesor en la Universidad Complutense (Madrid)

EL VIKINGO DIENTE AZUL

Harald Blatand era un nórdico enorme, de pelo negro y piel oscura, como tantos de sus camaradas de genocidio. El fue Rey de las actuales Dinamarca y Noruega mientras sus drakkar con cabeza de dragón asesinaban, violaban y robaban por media Europa. Los vikingos han llegado hasta nosotros como un pueblo atractivo gracias a dos cosas: que no son españoles, y que a los ingleses les gusta presumir de que son sus antepasados del norte.

De haber sido pueblos de Iberia, hoy no habría clicks de Famóvil con sus figuras, ni películas y series épicas sobre ellos, y mucho menos libros que oculten sus crímenes. Sus atrocidades han sido blanqueadas por el cine y la literatura como lo fueron las de los piratas; en ambos casos porque las películas las hacen los británicos y sus descendientes culturales anglosajones.

Cuando veo a un niño disfrazado de pirata y a su papá haciéndole fotos me pregunto si se ha planteado de qué va vestido su hijo. Ningún niño, sin embargo, se disfraza de conquistador español.

El gran Harald Blatand recibió la visita de un sacerdote con el que trabó cierta amistad, y que acabó por convencerle para convertirse al cristianismo, y con él, a todos los vikingos.

Luego llegaron los historiadores anglosajones, a los que les gusta un rubio tanto como odian a los del sur, y como solo hablan su propio idioma (ningún país habla menos idiomas que los británicos) tradujeron mal el apellido de Harald, y lo llamaron Bluetooth en lugar de Blatand. El vikingo cristiano pasó a la historia con el error inglés y su sobrenombre Diente Azul.
Hace pocos años, la empresa antes nórdica Ericsson, tuvo que unificar los criterios de varias corporaciones para crear un dispositivo que los conectara a todos.

Como Harald, unificó lo disperso, por eso decidieron llamar a ese dispositivo BLUETOOTH en honor al vikingo, y crear el icono con las letras rúnicas de su nombre.

Hoy, cualquier niño te pide que enciendas el Bluetooth, sin saber que Dienteazul era un vikingo que dejó de matar al conocer a Dios, y que, como todos los hombres bravos del norte, jamás llevó un casco con cuernos.

Los cascos con cuernos eran propios de las costas tartésicas de la actual España, pero esa es otra historia.
Un aullido.

Fernando López-Mirones