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OPINION

¿Puedes prestar atención?

Escrito por José Miguel Ruiz Valls

He publicado cientos de artículos y puede que el que ahora os presento los resuma todos. Espero que os guste. Sirva, en todo caso, para desearos Feliz Navidad.

¿Puedes prestar atención?

Prestar atención, observar, admitir, aceptar, no juzgar, integrar, dar, entregar(se), amar. Todos estos términos pueden entenderse como sinónimos perfectos. Al prestar atención a algo o a alguien, ese algo o alguien pasa a ser tu propia experiencia de vida, sustituyendo a tu “yo”. Tu “yo” deja de ser pues, tu experiencia de vida, diluyéndose en aquello a lo que prestas atención. Eso y no otra cosa es lo que señala el mito de la crucifixión. Eso y no otra cosa es el “sacrificio del ego” (Eso y no otra cosa es lo que permite la percepción de la belleza).

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Al diluirse tu “yo” en la observación, te das cuenta de que, no por ello, dejas de existir y te das cuenta de que, sin el marco de referencia de tu “yo” eres, en cada instante, aquello a lo que prestas atención. Eso es “resucitar de entre los muertos” o “despertar”. No es que muera el “yo” y resucite el “yo” pues ¿qué sentido tendría eso? Es que, al desaparecer el “yo”, se despierta a la realidad anterior al “yo”. En ese “estado despierto” se toma consciencia de lo que es la libertad, y de que no puede haberla sin responsabilidad, pues si aquello a lo que prestas atención determina tu experiencia de vida, aquello a lo que prestas atención es tu vida… ¡Es la respuesta a la pregunta ¿Qué o quién soy?!

Así pues, del hecho de mantener la atención se deriva el poder más grande que pueda ser concebido, el de transformarse en cualquier algo o alguien que se quiera, trascendiendo los límites del “yo” –La preciada piedra filosofal- Pero para mantener la atención hace falta energía… ¿Y qué es esa energía y de dónde se obtiene?.. Esa energía que te une a aquello que observas la venimos llamando amor y surge de la propia observación. Se puede decir que observar es como tender un puente entre el observador y lo observado, hasta unirlos. En ese estado de unión, se comprende que lo trascendente no es, ni el observador, ni lo observado, sino el propio puente y se comprende que, si se ha dispuesto de suficiente energía es, sencillamente, porque así se ha querido y así se ha “pedido” –Pedid y se os dará…– ¿Recuerdas?

La responsabilidad nos hace ver que, si no vivimos siempre en ese estado de amor que nos convierte en Dios es, obviamente, porque no lo queremos y, por tanto, no lo pedimos. Es precisamente, para no prestar atención que nos valemos de un truco que llamamos mente, que se puede definir como la facultad de generar conceptos abstractos con el fin de retirar la atención de algo o de alguien y también como la elección de pensar en lugar de observar. Así, cuando no queremos amar, nos ponemos a pensar y establecemos una separación, derribando el puente que nos une a aquello que no queremos ver -y ese “no querer ver” es la inconsciencia- La consecuencia es que nos quedamos aislados, dándole vueltas a nuestros “propios pensamientos” –Los psiquiatras lo llaman neurosis pero bien podría llamarse soledad o falta de amor-

Pensar también requiere energía, y la mente la obtiene retirándola de la observación. Pensar te separa, por tanto fracciona la unidad, haciéndola trozos, “destrozandola”. A la señal que nos advierte de ello la llamamos “miedo”. Así pues, el miedo es como esa lucecita que indica que un coche se está quedando sin combustible. El miedo te indica que te estás quedando sin energía y por tanto, te estás alejando de la consciencia de la unidad. Date cuenta de que, cuando se enciende esa lucecita de aviso, tu mente lo percibe, automáticamente, como algo “malo” que le gustaría ignorar pero ¿no te llevaría eso a quedarte tirado en la carretera?.. ¿Qué es esa “enfermedad” que llamamos “depresión” si no la consecuencia de una enorme pérdida de energía?

Pero no nos pongamos dramáticos. Cierto es que toda pérdida de energía se percibe como miedo, como un sufrimiento que, cuando alcanza determinado nivel, venimos a llamar enfermedad; pero también es cierto que ese mismo sufrimiento es lo que, en última instancia, nos garantiza, a todos, la “resurrección”. Es cuando nos damos cuenta de que el “yo” vive en un estado de miedo constante, de sufrimiento constante, cuando nos mostramos dispuestos a pedir ayuda, a pedir fuerza, energía –muchos lo llaman orar- para poder tender un puente que nos permita trascender ese “yo sufriente”. En ese “estado de humildad” se recuerda la realidad anterior al “yo”. Se recuerda que el amor es un estado total, único, completo en sí mismo… Y por tanto, incompatible con cualquier otro estado… Y por tanto, incompatible con el miedo, con el sufrimiento.

En ese estado recordamos que mientras se siente amor no se puede sentir miedo y nos aventuramos a “amar-todo” –Pues si juzgamos qué amar y qué no amar, ya estamos separando, ya estamos “no amando”- Y al amar-todo, incluimos también el miedo y eso nos permite observarlo, comprenderlo. Nos permite ver que el miedo no es otra cosa que la forma en la que la mente ve el amor. La mente siempre tiene miedo de amar, hasta que observa que el miedo también “está hecho” con amor, que más allá de las apariencias, no hay, ni puede haber, dos energías opuestas… Y esa comprensión te permite transmutar todo tu miedo en amor… La famosa piedra filosofal.. ¿Puedes concebir un poder más grande?

José Miguel Ruiz Valls

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Betsy
Betsy
10 meses

Dios vive diluido en nosotros ya que eternamente nos presta atención

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