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OPINION

“Protocolitis aguda” – Aitziber Mondéjar

  • Escrito por Aitziber Mondéjar
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PROTOCOLITIS AGUDA

Es una enfermedad crónica, muy extendida (yo diría que epidémica en los países “desarrollados” y endémica en ciertos territorios, especialmente en los países de Europa central). Creo que es muy grave y espero que los responsables de la salud se hagan eco de ella, si leen estas líneas.

La gente portadora de protocolitis, tanto si la padece como si no, provoca enfermedades e incluso muertes en las personas de su alrededor. Se da con especial virulencia entre funcionarios y trabajadores de instituciones de todo rango, y se expande con gravedad cuando éstos están de cara al público (no hay mascarilla que pueda frenarla). Pero no es ajena tampoco a otros profesionales independientes.

En nuestros días se extiende como la pólvora, especialmente entre responsables de la salud y la educación, aunque se está manifestando con sorprendente virulencia entre profesionales de la hostelería y todo tipo de servicios de cara al público.

Los daños colaterales de la “protocolitis aguda” los sufren sobre todo personas con sentido común, un alto sentido de la justicia, un rechazo visceral a las incoherencias y los abusos de poder y un espíritu crítico muy desarrollado. Para estas personas se recomienda respirar hondo, indagar en las normativas que los portadores de esta enfermedad aplican, porque muchas veces no saben lo que hacen y desconocen las normas en las que se sustentan esos protocolos. Si esto no sirve, se recomienda hacer lo que el corazón dicte en cada momento y dejar que la justicia divina se ocupe del caso, porque la justicia humana fundamenta parte de su inoperancia en el virus que provoca la enfermedad: “el protocolo”.

Después de muchos años de expansión masiva de la enfermedad, se ha constatado que los enfermos de protocolitis no reaccionan a ningún tratamiento, porque primero tienen que reconocer que tienen un problema y eso es prácticamente un milagro. Sin embargo, existe un tratamiento de choque. Y es que hay que entender que el enfermo de protocolitis, en su versión leve o aguda, ama el dinero por encima de todas las cosas, acata y hace cumplir los protocolos porque alguien le paga por hacerlo o porque ese alguien le amenaza sus ingresos. Ese alguien puede ser sustituido por cualquier otro alguien, eso no es importante. El enfermo de protocolitis sigue al dinero como el burro a la zanahoria. Solo si se le quita la zanahoria existe la posibilidad de recuperación.

Los pocos que entran en fase de desintoxicación de protocolos descubren, en tratamientos de larga duración, que existen otras posibilidades y formas de vivir. De tanto obedecer, cumplir y traicionarse a uno mismo, la población ha olvidado que existe la opción de no hacerlo. Existe la opción de ser fiel a lo que uno piensa, siente y cree (se llama objeción de conciencia y está reconocida por la ley). Además, induce a un estado que se llama coherencia y que ha demostrado tener grandes beneficios para la salud física y mental.

Pero todo esto solo sirve en el plano teórico. A mi colega, que tiene a su padre en el hospital en estado terminal y no le permiten que su madre entre a verle, no le sirve. Su padre es un hombre con muchas patologías, que ha pasado ya por varias neumonías y que tiene 85 años. Resulta que ahora su neumonía tiene otro nombre y el protocolo exige que su mujer, por ser contacto directo, se haga un PCR y que éste sea negativo para poder entrar a verle. Pero resulta que en toda la ciudad nadie le puede hacer un PCR, ni por lo público, ni por lo privado, porque hay listas de espera de semanas. Toda la familia es de cumplir con las normas. Son obedientes, se han inyectado todo lo que les han mandado y ella, aunque no tiene ningún síntoma de enfermedad, lleva días sin poder entrar al hospital. Finalmente hoy ha conseguido hacerse un PCR, fuera de la ciudad, en otro pueblo. Ha dado negativo, pero tampoco le sirve, porque todavía no han pasado los diez días que estipula el protocolo desde el último día que vio a su marido. La médico responsable, enferma de “protocolitis aguda” y presionada por la familia, no encuentra el resquicio que le permita hacerle pasar a la mujer al hospital, mientras el hombre, en sus últimas horas, llora pensando que no va a volver a ver a su mujer.

Su hijo, que lleva días peleándose sin éxito con la burocracia del hospital, intenta consolarle y le dice que esté tranquilo, que la muerte solo es un tránsito, un cambio de forma a otro estado. Su padre le mira sin ningún convencimiento. Para él la muerte es el fin de todo. Lleva toda la vida asistiendo semanalmente a misa y resulta que no cree en nada. ¡Quizás también él lo hacía por cumplir con algún protocolo!

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