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OPINION

SANCHEZ Y CELENSQUI: RADIOGRAFÍA DE UN DESENCUENTRO – Patxi Lázaro

SANCHEZ Y CELENSQUI: RADIOGRAFÍA DE UN DESENCUENTRO

España es uno de los países que más parece haberse resistido a los mediáticos intentos de seducción del presidente ucraniano, con una contribución financiera y en especie al esfuerzo militar de Kiew que dista de estar en proporción con el peso de nuestro país en Europa, tanto en términos absolutos como relativos respecto del PIB. Al principio se despacharon algunos cargamentos de municiones, armas ligeras y material sanitario. Luego hubo promesas vagas y, finalmente, nada. Esto podría parecer incomprensible, dada la popularidad de la causa ucraniana y el elevadísimo número de combatientes de sofá españoles que exhiben banderitas amarillas y azules en sus perfiles de Twitter. Lo cierto es que no hay química entre Sánchez y Celensqui. Las razones de esta extraña falta de sintonía han de buscarse tanto en las prioridades de nuestra política exterior como en el comportamiento arrogante del presidente de Ucrania y los roces a los que las perentorias exigencias de Kiev han dado lugar con el ejecutivo español.

España no puede comprometerse con Ucrania por varios motivos de peso. El más importante es la seguridad de nuestros suministros energéticos -un problema que, aunque no trascienda a los medios, lleva dando quebraderos de cabeza a los sucesivos gobiernos españoles desde los tiempos de la Guerra del Golfo en 1990-91-. En el transcurso del año anterior a la invasión de Ucrania, habíamos firmado con Rusia una serie de contratos para el suministro de gas a gran escala, que ahora se están cumpliendo. De ahí la paradoja, tan irritante y difícil de entender para muchos combatientes de sofá, que durante la guerra nuestras importaciones de gas ruso hayan aumentado desde un 7 a un 20% del total mientras descendían las de todos los países europeos, a excepción de Rumanía y Hungría (por razones similares a las nuestras).

Aparte de su reticencia a incumplir acuerdos anteriores con el gobierno ruso, España no se compromete en una política de ayudas militares a gran escala porque la estrategia del jefe militar de la OTAN no lo desea. Desde Washington se ha decidido que el apoyo occidental a Ucrania sea de carácter DEFENSIVO, no ofensivo. Lo que se persigue no es derrotar a Rusia en el campo de batalla y expulsarla más allá de sus fronteras, sino contener su avance por el territorio ucraniano. De aquí que se suministren missiles antitanque, munición de artillería, víveres y ayuda humanitaria. Pero en ningún caso elementos de ataque como tanques, aviones de caza o apoyo naval. Y por este motivo España contribuye poco más que con tirachinas y tiritas.

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Gracias al Instituto de Economía Mundial de Kiel, sabemos algo más sobre el tema. Al principio de la guerra Celensqui se enteró de que España tenía muertos de risa 53 tanques Leopard, de características técnicas y operativas muy superiores a las del blindado T-72 ucraniano, en algún apartado almacén del ejército en Zaragoza. Inmediatamente exigió a Sánchez la entrega de estos carros. Pedro Antonio se negó, arguyendo pretextos tan poco creíbles como el mal estado del material, la falta de repuestos y otras chorradas por el estilo, dentro del estilo marrullero que le es tan propio.

No cabe duda de que el descontento de Celensqui con respecto a España, y sus amenazas contra algunas de nuestras empresas que aun siguen trabajando en el mercado ruso, tienen que ver con su decepción por el asunto de los tanques. No disponer de blindados al nivel de la OTAN es lo que impide a las tropas ucranianas llevar a cabo campañas eficaces contra el ejército ruso. Pero no es Pedro Sánchez quien lo ha decidido. Son órdenes de Joe Biden.

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