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Escepticismo sobre la versión oficial del ataque contra el batallón Wagner en Ucrania

ESCEPTICISMO SOBRE LA VERSIÓN OFICIAL DEL ATAQUE CONTRA EL BATALLÓN WAGNER EN UCRANIA

He aquí la historia: cierto periodista ruso visita el cuartel general del Grupo Wagner -un ejército privado de mercenarios que el Kremlin utiliza para misiones especiales-. Es bien recibido por los guerrilleros, que le agasajan y se hacen fotos con él. Una de estas imágenes es publicada en Telegram, sin advertir el detalle del cartel cuyas indicaciones sirven para geolocalizar el emplazamiento de esa base secreta en las calles de Popasna, una ciudad ucraniana próxima al frente del Donbass. Una vez determinada la posición, el ejército ucraniano dispara missiles de alta precisión Himars, suministrados por Estados Unidos, y destruye este emplazamiento “secreto” del batallón Wagner. La historia retumba en medios y redes sociales de Occidente como ejemplo del poder de las nuevas tecnologías digitales. Parece como sacado de una película americana de francotiradores en Irak. Y probablemente por eso no sea cierta.

En primer lugar, los mandos de Wagner son mercenarios muy experimentados en todo tipo de sistemas de armamento moderno, telecomunicaciones e inteligencia. Los servicios secretos rusos supervisan sus perímetros de seguridad hasta el último detalle. Resulta difícil creer que sean tan torpes como para cometer un fallo de principiante como este. Todo apunta a que la historia de la geolocalización no es más que una tapadera propagandística. No tanto para exaltar la astucia y el virtuosismo técnico de los resistentes ucranianos como para ocultar las verdaderas fuentes de información que hicieron posible el exitoso ataque contra la base Wagner en Popasna.

En realidad, la CIA tiene infiltrados en el alto mando ruso. Gracias a los datos que estos confidentes revelan, son conocidos algunos secretos de gran importancia estratégica, entre ellos la localización del grupo Wagner conforme se va desplazando y cambiando de ubicación en los diversos escenarios donde interviene -tanto en Ucrania como en otros países del mundo en los que Moscú proyecta su poder geopolítico-. Muy probablemente el emplazamiento de Wagner en Popasna era cosa sabida mucho antes del ataque.

El problema era que si los ucranianos desencadenaban un ataque contra esta base, estarían poniendo en peligro a los infilitrados occidentales en Moscú. Por una nimia ventaja táctica -dos o tres mercenarios muertos o sacados en camilla a través de un montón de escombros- no vale la pena sacrificar la importantísima ventaja estratégica que implica el tener fuentes de información en las mismas entrañas del poder político y militar ruso. Los rusos, sabiendo que la información tendría que haber venido de algún lado, habrían removido Roma con Santiago, e inevitablemente habrían encontrado lo que buscaban. La presencia de ese cartel delator (que puede ser casual o producto de una manipulación) brindó a la inteligencia occidental un pretexto perfecto para lanzar los cohetes sobre Popasna, sin comprometer a los espías de la OTAN.

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