- Escrito por Frasco Martín
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Sexuanormalidad
Fuerza creadora, la “energía sexual” es la expresión -a cierto nivel o dimensión de la naturaleza humana- de su realidad superior, de su condición divina. Todas las tradiciones espirituales hablan de su sacralidad y del poder que supone… y “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad” (frase muy anterior a los sucedáneos Marvel que hace referencia a la espada de Damocles, y sí, aquí tiene su simbolismo fálico). Sin extendernos demasiado, nos explican -con matices y variaciones, según sea el grado de consciencia del público al que se dirigen- que en el Universo existen tres “fuerzas” que todo lo determinan: una “ascendente”, otra “expansiva” y una última “descendente”. Ascendente o de retorno vertical a La Fuente de la que todo procede; expansiva, de desarrollo o crecimiento en la horizontal de la existencia; descendente o de alejamiento u olvido del origen, de nuestro verdadero Ser. Desde nuestro punto de vista -y en lo que, como seres conscientes, nos concierne- podríamos clasificar -siempre con la sutileza necesaria- experiencias, actitudes o conductas según sea la dirección de tales fuerzas. Es decir, aquello que nos beneficia o conviene, aquello que podríamos considerar como “indiferente” y, finalmente, lo que nos perjudica o hace daño. Estas tradiciones suelen establecer ciertos modelos que se fijan en ciertas reglas -normas con ciertas variaciones-, adaptándose a épocas, lugares y naturalezas… pero, básicamente, podemos encontrar ciertos elementos comunes, a poco que se profundice. Y la sexualidad es un aspecto de lo humano que, dada su importancia, especialmente se considera.
Una sociedad que ha perdido sus vínculos con la Tradición y cuyos dirigentes no tienen en mente la dirección ascendente que sería su bendición, interesados en el dominio, control, sumisión, aplauso, aprobación y todo aquello que alimente su ego en la luciferina rebeldía, eleva torres de Babel en la fantasiosa visión del hombre-dios… sin Dios. Construye constructos deconstruyendo al hombre, artificiosamente. Estos tecnoecosexoplutócratas saben -hasta donde pueden saber y las limitaciones de sus escasas luces espirituales les permiten- que la sexualidad es un imponente motor, capaz de impulsar revoluciones y oponerse a sus proyectos pseudofilantrópicos. Interesados en adocenar al personal en el engaño de la falsa libertad que proporciona la esclavitud de los deseos, promocionan pornografías y parafilias cocinadas en el caldo de cultivo de la ideología de género, fomentando una sociedad sexuanormal que facilite los planes que diseñan en sus egorganizaciones, a través de sus modelos mediáticos de usar y tirar: políticos, actores, cantantes, «influencers»…
Un mundo feliz, con su f a r m a f i a g o c i o, sexuanormalidad y controlada natalidad genéticamente diseñada, tal y como lo imaginara el hermano del eugenista primer director de la UNESCO, no hace tanto tiempo. Un mundo cada vez menos fantástico y más alejado de la concepción tradicional de civilización que aquí certeramente se intuye: “Lo que no debe olvidarse nunca es que todos «nuestros» poderes no son nuestros «propios», sino poderes y ministros a través de los cuales se «ejerce» el Poder real; los poderes del alma «son sólo los nombres de Sus actos». No deben servir a su interés propio o al interés de otro -cuyo único resultado será la tiranía de la mayoría, y una ciudad dividida contra sí misma, hombre contra hombre y clase contra clase- sino servir a Aquel cuyo único interés es el del cuerpo político común” (Ananda Kentish Coomaraswamy).
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