• La opinión de Juan Montero
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Negacionista… ¡tu pastelera madre!

Y me anulo y me atribulo
y mi horror no disimulo,
pues aunque el nombre te asombre
quien obra así tiene un nombre,
y ese nombre es el de… chulo.

Pedro MUÑOZ SECA
La venganza de don Mendo

Según la vigésimo tercera edición del diccionario de la Real Academia Española, se entiende por negacionismo «la actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto».

Los think-tanks y los medios de infoxicación están acostumbrados a usar las palabras como armas arrojadizas contra los que se desvían del pensamiento único que caracteriza al discurso hegemónico. Con calificar a alguien como «negacionista» o «conspiranoico» ya está resuelto el tema, el asunto queda inhumado y sus mensajeros estigmatizados. La cuestión prioritaria es eludir la argumentación e impedir que sean expuestas y debatidas las razones de cada parte.

Vivimos momentos históricos, hechos que serán recordados y que se tomarán de referencia para fijar lo que nunca ha de suceder de nuevo. El tiempo presente será observado desde el futuro como aquel corto período en el que el mundo se volvió loco, la ciencia y la lógica fueron escarnecidas y se obró de mala fe ocasionando numerosas víctimas.

Yo no soy negacionista ni del holocausto que costó la vida a millones de judíos, ni del actual, que por los perjuicios que lleva causados puede ser perfectamente equiparable a él.

Los «afirmacionistas» tienen la desvergüenza de inventar una realidad paralela apoyada por sus lacayos mediáticos. Para ellos lo blanco es negro, el día es noche y, como en la novela de Orwell, dos y dos suman cinco. Si los inoculados con patógenos enferman —que es lo más normal— y llenan hospitales y UCIs, se publica que son los no inyectados los que desarrollan patologías. Si la situación sanitaria en España a partir del comienzo de la campaña de inoculación de patógenos ha entrado en picado (1), se tiene la desfachatez de negarlo y de forzar por todos los medios la inoculación de ponzoña a jóvenes y tiernos infantes.

Estas conductas, además de insensatas e infames para la inteligencia natural y la sensibilidad moral, son delictivas desde el punto de vista legal y convierten a autores, coautores y cooperadores necesarios en reos de alta traición a la humanidad entera. Es posible que haya una serie de inconscientes que por desconocimiento de los datos del Ministerio de Sanidad y de la torticera OMS aún den crédito a la versión oficial que los contradice. En estos tiempos convulsos se ha podido comprobar que la marea de analfabetismo funcional ha alcanzado a facultativos y letrados. Pero que hay funcionarios, políticos y periodistas que han decidido prostituirse a sabiendas de infligir un gran daño, y que lo han apostado todo, su prestigio personal, su sustento económico y su libertad, es igualmente notorio. Por la Real Academia sabemos que prostitución es la deshonra o la degradación de algo o de alguien, abusando con bajeza para obtener un beneficio.

No me dirijo aquí a los que levantan la cabeza con devoción hacia los púlpitos mediáticos de la infodemia, sino a juristas y magistrados, último parapeto institucional sobre el vacío de la violencia y la justa rebelión. No se anulen y atribulen ante la cohorte de seres viciados y prostituidos, no se embarquen en el lenocinio de los proxenetas.

Ayúdense, ayúdennos por favor.

Juan Montero