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OPINION

Una denuncia religiosa

UNA DENUNCIA RELIGIOSA

El artículo primero de la Ley Orgánica 7/80 de Libertad Religiosa obliga al Estado, y por tanto, a todos sus funcionarios, a “garantizar el derecho fundamental a la libertad religiosa”. Para que no haya dudas, el artículo segundo aclara que “la libertad religiosa comprende el derecho a profesar las creencias que libremente elija o no profesar ninguna” y también “el derecho a manifestar libremente sus propias creencia religiosas o la ausencia de las mismas“. La ley deja muy claro pues que todo no-creyente tiene derecho a que se respete su escepticismo y a “no ser obligado a practicar actos de culto o a recibir asistencia religiosa contraria a sus convicciones personales”.

El caso es que, desde hace ya tres años, los no-creyentes venimos soportando toda clase de tropelías por parte de los que practican ese nuevo culto que podemos llamar “Covidianismo”, para entendernos. Los covidianos creen en la existencia de unos ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Cómo llamarlos cuando ni siquiera nos dicen si están vivos o no? Ellos los llaman “virus” pero no dan, a esa palabra, el mismo significado que dieron los romanos, que fueron los que la inventaron. Para los romanos “virus” significaba, exactamente, veneno; para los covidianos es una palabra sin significado, un misterio, una creencia, una fe. Los covidianos tienen fe en la existencia de unos misteriosos “entes mutantes” que desarrollan sofisticadas estrategias para infectarnos. ¿Estrategia? ¿Inteligencia? Unas “cositas” que nadie puede asegurar si viven o no ¿podrían actuar como inteligentes estrategas? Yo no lo creo, ellos sí, pero eso no debería ocasionar ningún problema de convivencia entre nosotros. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa!

El problema es que los covidianos, en estos tres últimos años, han desarrollado toda una liturgia en torno a su fe en los ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Inteligentes?: Máscaras faciales (No les importa que los que las fabrican avisen de su ineficacia pues para ellos es como el hiyab, algo puramente ritual). Tests nasales (No les importa que incluso su inventor advirtiera de su inutilidad para sustentar diagnósticos). Gel hidroalcohólico en sustitución del agua para santiguarse y “pasaportes verdes”, que exhiben orgullosos, para demostrar su bautismo con el correspondiente jeringuillazo. -¿Por qué iba a importarnos que sus componentes sean secretos?- Dicen con sorna -¡También lo son los de la Coca-Cola!-

¿Qué tengo yo contra todos esos ritos litúrgicos? Nada. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa! Que quieren dañarse a sí mismos, impidiéndose una correcta oxigenación. ¡Pues que lo hagan! ¿No se flagelan, muchos católicos, cada Semana Santa? Que quieren arriesgarse a morir por “efectos secundarios”. ¡Pues que se arriesguen! ¿No está legalizada ya la eutanasia? El problema no es, para mí, lo que ellos hagan con su vida sino lo que han pretendido hacer con la mía.

-¿Acaso hay alguna ley que obligue a usar teléfono móvil?- Les decía yo a los covidianos que me impedían el paso, pero ellos “erre que erre”. -¿Que usted no ve la tele?- Me llegó a decir un benemérito, intentando que me sintiera ridículo, cuando me pilló saltándome el toque de queda. -¿Estoy obligado a verla?- le respondí. El problema es que los creyentes nos trataron y nos siguen “tratando de locos” cuando la locura, según Google, es la “acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria”. ¿No fue una locura probar, testar, experimentar vacunas transgénicas en humanos? ¿No fue una locura prestarse, tanto a ponerlas, como a recibirlas?

A día de hoy, diferentes juzgados han declarado ilegales gran parte de los ritos covidianos, y hasta el Tribunal Constitucional los ha tachado de inconstitucionales, pero los covidianos siguen, erre que erre, pretendiendo obligar, a los no-creyentes, a practicar sus perniciosos actos de culto. El propio Ministerio de Sanidad reconoció que no tiene muestras del virus ni sabe quién pueda tenerlas. Si no existe ninguna muestra de virus ¿Quién puede asegurar que el virus existe? ¡Nadie! Con tales palabras, el Ministerio de Sanidad, y por tanto, el Estado, reconoce que el covidianismo no es más que una creencia, un acto de fe, como lo es creer en fantasmas y reconoce que el escarnio, la censura, las vejaciones que hemos tenido que soportar y seguimos soportando los no-creyentes suponen una grave infracción de la Ley de Libertad Religiosa, una flagrante violación de nuestro derecho a no-creer y a manifestar libremente nuestra ausencia de creencias. Los que me leen habitualmente ya saben, que el próximo veinte de abril, voy a ser juzgado, por no acatar las órdenes de un inculto policía que pretendió obligarme a utilizar una máscara inútil, dañina y grotesca, como lo hubiera hecho un fanático talibán. De nada valió que yo, siendo abogado, le explicase lo que es la jerarquía normativa, cuando se escudó en las órdenes de un tal Ximo Puig, implicado en varios casos de corrupción. Espero que el juez que va a juzgarme y los demás funcionarios judiciales sepan más de leyes que aquél policía patán y puedan garantizar mi derecho a no profesar ese credo covidiano que ha cegado a tantos compatriotas y les ha inducido a cometer tantas acciones imprudentes, insensatas, poco razonables, de forma tan irreflexiva y temeraria.

José Miguel Ruiz Valls

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Manu
Manu
1 año

Te deseo la mejor de las suertes el próximo 20 de abril, José Miguel. Es increíble que a estas alturas de la película se siga llevando a personas ante un tribunal por ejercer su derecho a no someterse a los abusos de todo tipo que cometieron las “autoridades” durante la trama plandémica. Son otros los que han de comparecer ante la Justicia, si es que todavía queda un resquicio para la razón y el sentido de la equidad en esta sociedad rendida a la partitocracia y sometida al yugo del totalitarismo globalitario.

Josu
Josu
1 año

Interesante comentario y, le deseo suerte en su cita con la “Justicia”… me recuerda la cita de M.Gandhi : “Cuando las Leyes son Injustas, hay que Desobedecerlas”.

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