“El Péndulo” – Aitziber Mondéjar
- Escrito por Aitziber Mondéjar
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EL PÉNDULO
Aunque la destrucción y la ceniza del volcán quieran apoderarse de la naturaleza, ésta siempre sobrevive y resurge. De la misma manera, la verdad sobrevive bajo las toneladas de mentiras que se vierten sobre ella.
La ley del ritmo es una de las siete leyes mencionadas en el Kybalión, esos principios herméticos milenarios que nos permiten entender las reglas que rigen el universo. Según esta ley “todo fluye y refluye, todo tiene sus períodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende, todo se mueve como un péndulo. La medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda, el ritmo es la compensación”.
Esta ley nos habla de que no existe manera de frenar el péndulo, porque la energía siempre está en movimiento. La única manera de evitar una descompensación es contener la intensidad de ese movimiento. Si consigo evitar que el péndulo llegue hasta su extremo a la derecha, el rebote no llegará al extremo de la izquierda y el movimiento será cada vez más acotado. Solo los sabios consiguen llegar a un estado parecido a la quietud del péndulo, aunque no puedan detenerlo.
Si combinamos esta ley con la de causa y efecto, que nos dice que no existe eso que conocemos como suerte o casualidad, no nos queda más remedio que aceptar nuestra parte de responsabilidad en lo que nos sucede como individuos y como colectividad. Llevamos décadas adormecidos en la comodidad de nuestras vidas de consumo (unos más y otros menos), olvidándonos de que esos señores, que se eligen supuestamente en las urnas para ocupar cargos públicos de responsabilidad, son nuestros empleados, nuestros mayordomos y no nuestros jefes, ni los dueños de nuestras vidas. Se nos ha olvidado que si uno paga a un empleado tiene la responsabilidad de asegurarse de que esté haciendo bien su trabajo. ¿Cuánto tiempo llevamos sin pedir cuentas a nuestros empleados?¿Cuánto tiempo llevan los mayordomos dirigiendo nuestras vidas mientras nosotros nos agilipollamos con su tecnología y sus comodidades?
Hace varios años unos amigos conversaban sobre una de las muchas crisis económicas de Argentina. Los hombres argumentaban lo que habían leído en los periódicos: sesudas opiniones sobre variables macroeconómicas que ni ellos entendían. Entre los presentes había una mujer argentina que después de mucho oírles sentenció: “El problema de la Argentina es la mentalidad de los argentinos. La corrupción es un valor: cada uno roba en la medida en que puede y donde puede. El que más arriba está, roba más”. Me pareció que esa descripción era parcialmente extrapolable a la nuestra, pero aquí le llaman picaresca, que suena más fino.
En la crisis de 2008, una amiga se ofendía cuando yo decía que vivimos en una sociedad corrupta de la que todos somos cómplices, por acción o por omisión. Que esos peleles que ejercen de políticos, que sirven a los intereses de las multinacionales, salen del pueblo, no vienen de Marte y todos ellos son sustituibles, porque la cantera de gente corruptible es infinita. “¡Yo no soy responsable de nada de esto!”, decía ella ofendidísima. Ahora pasea con doble mascarilla por la calle.
Los infinitos casos de corrupción de los partidos políticos que dirigen este país han sido portada de los medios de comunicación durante años. No hace tanto tiempo que escuchaba a unos hombres jubilados en la caja de un supermercado hablar sobre la corrupción de nuestra clase política: “Todos nos roban, pero yo prefiero que me roben los míos”, sentenciaba uno de ellos. Yo me preguntaba a quiénes se refería.
Un amigo me cuenta cómo, en su ciudad, fueron poco a poco construyendo el partido político más “progre” de los últimos años, desde las bases, con gente que tenía una ideología y que colaboraba de forma desinteresada. Cuando ya estaba todo montado empezaron a aparecer en el partido personajes mediáticos que se hicieron con el poder y los que habían levantado el partido fueron abandonándolo, desilusionados, sintiéndose utilizados y manipulados. También me contó que otro partido “menos progre” surgió en la misma época, financiado por multinacionales farmacéuticas a cambio de impulsar una ley contra todas las terapias médicas alternativas que atentaban contra los intereses de estas mafias multinacionales. Cumplieron con su misión y fueron desintegrándose. No ha pasado ni una década de aquello. Él ya no cree en la “democracia participativa”.
Me sorprende que una sociedad consciente de la corrupción de su clase política se deje llevar por sus directrices. Pero mis amigos me insisten en que la mayor parte de la gente no sabe que nuestra clase política está corrupta. “¡Que tú lo sepas, no quiere decir que los demás lo sepan!”, me aseguran.
Hace algo más de un año les dije a mis compañeros de trabajo que esto iba camino de convertirse en una dictadura. Se rieron de mí. Los jueces han dictaminado que el confinamiento fue una medida inconstitucional. No me ha parecido que violar la constitución les haya supuesto un gran perjuicio, ni a quienes la han violado, ni a quienes la han sufrido… Los unos siguen mintiendo y los otros siguen confiando a ciegas en sus captores.
Conozco gente que lleva mucho tiempo parcial o totalmente fuera del sistema, consciente de sus vicios y sus desequilibrios, haciendo su propio trabajo personal. No participan en ninguna reivindicación, ni están especialmente sorprendidos con esta situación, pero no dejan de construir nuevas realidades. Conozco otra gente liderando movimientos reivindicativos, convencida de que a esta situación le damos la vuelta si difundimos nuestro pensamiento, si salimos todos a la calle a gritar. “Si no salimos, no lo conseguiremos”, dicen. Algunos desean que todo pare, para que todo siga igual. Otros reivindican cambios con los que no son coherentes. Algunos han hecho un importante trabajo personal interno.
Un amigo me pregunta cuál es, a mi entender, la solución a esta situación. Me dice que es una pregunta técnica. Creo que una sociedad tan ciega y tan infantil, que se deja llevar y dirigir por políticos corruptos y funcionarios mercenarios, que se escuda en ellos para no tomar decisiones arriesgadas, tiene que caer en un agujero todavía más hondo para poder darse cuenta de dónde está.
Creo en la “ley del péndulo” y en la “ley de causa y efecto” y creo que la única solución posible, para generar un cambio real y profundo en esta sociedad, pasa por que cada uno limpiemos nuestra propia casa, nuestras propias incoherencias, complejos, irresponsabilidades, infantilismo y otros males que nos acechan desde hace mucho tiempo. Pero ese trabajo tiene que salir de uno mismo, nadie te puede convencer de que debes hacerlo.
Mi madre está indignada con este nuevo giro de guión del circo plandémico. Todavía no quiere ver que esto es una dictadura, porque nadie la ha declarado oficialmente. Una de sus nietas le dice que esté tranquila, que el péndulo ha cambiado de dirección y va de camino al otro extremo. En este viaje hacia el otro lado habrá que limpiar toda la mierda que llevamos acumulando debajo de la alfombra durante muchas décadas y eso no se hace en dos días. La preadolescente está contenta de que este movimiento se esté produciendo, porque dice que la mierda acumulada ya olía demasiado mal y a nadie parecía importarle. Su abuela no le entiende.
Debe ser que estas nuevas generaciones vienen con un olfato biónico o que estas mascarillas, que no sirven para nada, enmascaran el olor… O igual es solo que esa niña no tiene móvil, ni Netflix, ni se pasa el día frente a una pantalla, así que tiene tiempo para aburrirse y le da por olfatear… ¡Quién sabe!
Yo no tengo la solución a nada. Solo sé que muchas gotas hacen un mar: ese mar puede ser más o menos limpio, tranquilo y apacible o puede ser un mar contaminado, bravo y destructivo. Y probablemente tenga que ser ambas cosas, por momentos, porque el péndulo nunca se detiene.
Lo has definido muy bien. Yo también creo que la solución pasa porque cada persona aprenda a ser más consciente de lo que ocurre en realidad. Pero para ello requiere un esfuerzo y no creo que esta sociedad tan crédula, tan infantilizada y sumisa esté por la labor.
Ojalá que el péndulo haya dado ya la vuelta.
Acertadísimo.
Un placer leerlo.