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OPINION

“En torno a Don Quijote” – Teresita Ávila

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“En torno a Don Quijote” – Teresita Ávila

Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas.[…]

Miguel de Cervantes Saavedra, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, CAPÍTULO XXXVIII: Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

Miguel de Cervantes, como sabrán los lectores, vivió durante algún tiempo en Valladolid[1] donde se establecía la Corte, con el propósito de obtener el privilegio de impresión de la que se convertiría en su obra inmortal. Este detalle no pretende ser el eje del artículo, no obstante, la proximidad, la vecindad que comparto con el insigne escritor -alejados cronológicamente por más de 400 años- me hizo pensar en su figura como exégeta infalible de una realidad tan escurridiza en su época como en la nuestra. ¿Qué diría Cervantes? ¿Qué palabras hubiera puesto en el flaco y alto personaje para derribar los espejismos que nublan las mentes, y enturbian los razonamientos tan deudores de los dueños de la opinión? Ni siquiera le comprenden quienes lo aman o aprecian. Su sentido del mundo no es práctico. Sufre arrebatos cuando comprende que los fines se desvían de la inocencia y de la bondad, cuando huyen del altruismo. No soporta la oquedad en las espesas molleras en los que nada cabe, excepto lo mundano y chato. Menos aún la altivez con que se enseñorean como pavos reales los oportunistas. Cuánta soledad. Si Alonso Quijano viviera…

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Insaciables, los poderes articulan un panorama complejo como un mecano. Problemas irresolubles que amenazan la existencia o que exigen sacrificios difícilmente soportables. Tantos entuertos por desfacer. Peligros invisibles que surgen de la nada. Monstruos que solo devoran a los desvalidos y que, sospechosamente, pasan de largo y no llegan a rozarse con los poderosos. Misterios insondables o suerte.

Callados, los bachilleres ya no discuten la razón de la sinrazón. No es rentable. Los altavoces dejarían de proyectar sus voces, de publicar sus escritos. La fama cuesta… El precio significa dormir en un blando colchón y llenar la olla con algo más que duelos y quebrantos. Convertirse en un señalado, en outsider, no lo aguantan ni los que presumen de encajar bien los golpes, de tener buena cintura. Acude aquí el testimonio de uno de los mejores conocedores e intérpretes de la obra cervantina, Miguel de Unamuno, que dice así en “El sepulcro de Don Quijote”, al comienzo de su celebérrimo ensayo Vida de Don Quijote y Sancho:

Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.

No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para todos estos miserables. Si nuestro señor Don Quijote resucitara y volviese a esta su España andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hace no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hacen por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!

Para ejercer la verdadera república de uno mismo, primero hay que salir de sí mismo. La locura aparente -la bendita locura- es la espita que abre la posibilidad de abandonar el ego y ser otro. Y después, consecuentemente, partir hacia ese mundo ancho y ajeno, a menudo inhóspito. La obra del autor peruano, oportuna no solo en cuanto al nombre, tiene cabida aquí en las ideas expuestas por el prologuista. Inicia el juez Carlos Calderón Puertas con esta cita su la brillante Presentación de la obra de Ciro Alegría[2]:

—¿Y el juez?

—De mi parte. Si a mí me debe el puesto. Yo moví influencias y lo hice nombrar a pesar de que ocupaba el segundo lugar en la terna (Alegría 2019: 206)

Literatura y jueces

Y más adelante, el mismo, Calderón Puertas, continúa:

“… bajo el título La ley es la leyMaruja Barrig había publicado una antología clásica sobre La justicia en la literatura peruana, precisamente el subtítulo de la obra. […] En la introducción, la autora se pregunta: «¿Y qué otra cosa sino seres humanos son los jueces?». Con absoluto desagrado se responde: «Revestidos de un poder que se advierte omnímodo con quienes son juzgados, permeables y temerosos a la presión de aquellos lo suficientemente poderosos como para destituirlos […]», y agrega, finalizando con una frase de López Albújar, que tienen en común, junto con los médicos y las madres de caridad, «la anestesia del sentimiento» (Barrig 1980: 16)”.

Con la cabeza bajo el ala, cada uno sortea como puede los senderos por los que transita, tanteando con el pie las piedras y los baches del camino. Detenerse a observar los accidentes del terreno, las marcas y las señales, ralentiza el ritmo del viajero. ¿Qué merece ser considerado? ¿Qué imagen revela aquello en lo que uno piensa o con lo que se desvela o ensimisma?

Lanza en ristre y el dardo en la palabra[3], Don Quijote -que en primer lugar considera la virtud y el mérito en vez de la ofensa y el desprecio- diría que nocon su voz tronante a tanto desvarío elevado a noble categoría. Y luego el loco es él. No a los dispendios del erario, a la malversación de los caudales que a chorros se les escapan de las manos a los depauperados contribuyentes. No a la creación de monstruosas administraciones paralelas que devoran recursos útiles en tantos asuntos que reparar con urgencia. Como bandoleros de Sierra Morena, los políticos salen sin previo aviso y saquean cuanto pueden, desviando fondos por aquí, y ofreciendo regalías por allá, en un afán tan frenético que no da tiempo a llevar la cuenta de lo sustraído. Los molinos eran gigantes que arrasaban verdaderamente con sus aspas todo lo que se ponía por delante. Ya lo dice el refrán: “Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, hacen justos trescientos ladrones”.[4]

Las negativas de Alonso Quijano, el Bueno, son un no es no incomparable. No deja de ser curioso que el loco convertido-transmutado– en caballero andante se enfrente de modo tan categórico a los que muestran su doblez en cada uno de sus actos. Una mirada suya arruina los torpes encantamientos de las sirenas mediáticas, de la ingeniería social, y devuelve a las víctimas su dignidad. A las tristes Maritornes les restaura su honor e ilumina los rincones oscuros del alma que la sociedad prefiere mantener enlodados. Hay un antes y un después en todos aquellos a los que toca. Una suerte de milagro obra en ellos porque -si continúan en el mal- quedan retratados para sí mismos de manera más dolorosa, a sabiendas de que la reposición que ennoblece quedará sin efecto, puesto que no podrán alegar que la ignoran.

La transparencia de la verdad -tan diáfana como un campo abierto permite contemplar el horizonte-, hoy en día aparece velada y enterrada entre meandros de silencios cómplices y distracciones. Escribió Alejandro Fernández Aldasoro en Para qué sirve un intelectual:

[…] ¿dónde han estado cuando el gobierno compró los medios de comunicación y se instauró la mentira y la censura institucionalizada, cuando se prohibió el debate científico, cuando se eliminaron los derechos fundamentales y se sustituyeron por el bien común, que es la coartada de todos los totalitarismos, cuando la coacción y la segregación contra los que no querían vacunarse alcanzaron unos niveles demenciales? No los hemos leído ni escuchado. […][5]

Salir al campo abierto, lanza en ristre, cuando uno ya no tiene edad… no es un disparate. El loco más cuerdo de la historia tuvo sus motivos para mostrar el sendero de la razón y la virtud. Al servicio de los humildes, con el propósito de desfacer entuertos, él solo, incomprendido, pudo hacerlo. Cuánto más podrían otros. Y ahora regreso de la mano de don Quijote, si me hace el honor de aceptarla, para salir al encuentro en este mundo ancho y ajeno en el que la Alegría[6] se nos escapa o nos la arrebatan. El autor de la presentación de la obra aludida al comienzo, el juez Carlos Calderón Puertas, analiza el cometido real de la “justicia” en un apartado de ésta titulado Los jueces y la ley en el que sentencia categóricamente lo siguiente: “En realidad, juez y ley son lo mismo: herramientas al servicio del poder”. Para, a continuación, citar a varios personajes de la obra de Ciro Alegría, como Benito Castro, en el momento final de la lucha de Rumi: «La ley no los protege como hombres». No basta que se tenga papeles para defender a la comunidad; cuando se es pobre la ley es contraria y empuja a los comuneros a la esclavitud. No importa lo que se haga, jamás habrá perdón:

 ¿Quién perdona? ¿Quién tiene una onza de perdón pa darlo al pobre que lo necesita? Ustedes dirán que la comunidá. Pero la comunidá está sola… La ley no sabe perdonar y menos los hombres…

En un mundo de injusticia, ¿cómo podría ganar la comunidad si:

El juez desaparecía entre montañas de papel sellado originadas por el amor a la justicia que distingue a los peruanos, pero, rendido por la sola contemplación de los legajos y estimando sobrehumano subir y bajar por todos esos desfiladeros llenos de artículos, incisos, clamores, denuestos y «otrosí digo», había renunciado a poner al día los expedientes. Explicaba su lentitud refiriéndose al profundo análisis que le demandaban sus justicieros fallos: «Estoy estudiando, estoy estudiando muy detenidamente».

Un grave problema se cierne sobre la sociedad y abona la tesis del desamparo, del abandono de la esencia de la justicia, de los fines para los que fue edificada. Unas líneas sobre esto pueden leerse en el excelente artículo de Fernando Muñoz para elimparcial.es, “Cuando todo parece posible“:

Se ha extendido un irrefrenable cinismo ante el derecho que hoy se concibe únicamente como instrumento o arma al servicio del poder político. Entiéndase bien: como herramienta que sirve al poder hegemónico. El derecho se ve así reducido a un mero formalismo legal en el que se manifiesta la voluntad de poder.

¿Y cuál puede ser el remedio contra el descuido, la desatención, el desvalimiento?… Lo tenemos a la vista, en cada uno, si no deseamos vernos convertidos en trampantojos de nosotros mismos. Nada más perturbador y despreciable. Asirse a una felicidad vacua, afectada, no verdadera, únicamente satisface a los borrachos de poder. De nuevo hay que preguntar ¿Qué haría don Quijote?… Justo lo contrario de lo que hacen los españoles, según afirma Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote:

Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente. Hay en derredor nuestro, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de los valores.

A esta acertada descripción, añade Ortega:

Nada que de este provenga puede sernos simpático. El rencor es una emanación de la conciencia de inferioridad. Es la supresión imaginaria de quien no podemos con nuestras propias fuerzas realmente suprimir. Lleva en nuestra fantasía aquel por quien sentimos rencor, el aspecto lívido de un cadáver; lo hemos matado, aniquilado con la intención. […]

Una manera más sabia de esta muerte anticipada que da a su enemigo el rencoroso, consiste en dejarse penetrar de un dogma moral, donde alcoholizados por cierta ficción de heroísmo, lleguemos a creer que el enemigo no tiene ni un adarme de razón ni una tilde de derecho.

El filósofo prosigue más adelante su razonamiento, matizándolo convenientemente, no sea que el lector desprevenido pretenda encontrar en él apoyo alguno contra la distinción entre el bien y el mal, borrando toda frontera que pudiera hacer permeable la invasión de este concepto, la aceptación de hechos, ideas, leyes, que formen un lecho -un suelo- resbaladizo o confuso. La aniquilación de los valores o la subversión de estos, ¿acaso ofrecen consuelo a los hombres, necesitados de ellos?:

[…] Espero que al leer esto nadie derivará la consecuencia de serme indiferente el ideal moral. Yo no desdeño la moralidad en beneficio de un frívolo jugar con las ideas. Las doctrinas inmoralistas que hasta ahora han llegado a mi conocimiento carecen de sentido común. Y, a decir verdad, yo no dedico mis esfuerzos a otra cosa que a ver si logro poseer un poco de sentido común.

Pero, en reverencia del ideal moral, es preciso que combatamos sus mayores enemigos que son las moralidades perversas. Y en mi entender —y no solo en el mío—, lo son todas las morales utilitarias.

Y no limpia a una moral del vicio utilitario dar un sesgo de rigidez a sus prescripciones. Conviene que nos mantengamos en guardia contra la rigidez, librea tradicional de las hipocresías. Es falso, es inhumano, es inmoral, filiar en la rigidez los rasgos fisonómicos de la bondad. En fin, no deja de ser utilitaria una moral porque ella no lo sea, si el individuo que la adopta la maneja utilitariamente para hacerse más cómoda y fácil la existencia.

El Caballero de la Triste Figura permanecería hoy en día tal como fue concebido por Cervantes. Mutatis mutandis, su perplejidad ante la injusticia no le impediría volver a retomar sus viejas armas y abandonar el encierro que lo mantuvo capturado hasta su primera vejez, aun a riesgo de perecer en el intento, de resultar extravagante e incomprendido, incluso para su fiel Sancho -que tampoco logra del todo alcanzar a su amigo, a pesar de que transita un gran trecho junto a él-. Miguel de Unamuno comprendió mejor que nadie, me atrevo a decir nuevamente, el significado del personaje cervantino. En la obra ya referida, Vida de Don Quijote y Sancho, sus palabras resumen la clave de lo que nos impide alcanzar la altura necesaria para merecernos a Don Quijote:

Es el valor que más falta nos hace: el de afrontar el ridículo. El ridículo es el arma que manejan todos los miserables bachilleres, barberos, curas, canónigos y duques que guardan escondido el sepulcro del Caballero de la Locura. Caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste. Tenía el alma demasiado grande para parir chistes. Hizo reír con su seriedad.

Teresita Ávila


[1] https://www.culturaydeporte.gob.es/museocasacervantes/cervantes/cervantes-valladolid/segunda-estancia.html

[2] Ciro Alegría: Novelas esenciales. El mundo es ancho y ajeno. Tomo III. Colección Derecho y Literatura. Biblioteca Ciro Alegría. 1.a ed. Lima: Fondo Editorial del Poder Judicial, 2019.

[3]https://www.cervantesvirtual.com/portales/fernando_lazaro_carreter/su_obra_bibliografia_2/#articulos1

[4] https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-molino-y-el-molinero-en-el-refranero/html/

[5] https://euskalnews.com/2022/03/para-que-sirve-un-intelectual-alejandro-fernandez-aldasoro/

[6] He querido hacer un juego de palabras con el sustantivo alegría, apellido del autor de la novela El mundo es ancho y ajeno (Ciro Alegría) citada en el artículo.

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John Henry Kurtz
John Henry Kurtz
1 año

Permíteme que añada un tercera pata al banco de Don Quijote y de don Miguel de Unamuno… Quevedo:

Madre, yo al oro me humillo,

él es mi amante y mi amado,

pues de puro enamorado

de continuo anda amarillo.

Que pues doblón o sencillo

hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero

es don Dinero.

¿Quién tiene el poder de comprar voluntades de políticos, jueces… y bachilleres de toda especie?

Siempre despertando conciencias, siempre tus oportunos recordatorios que nos mantienen despiertos justo cuando, llevados por la corriente, íbamos a caer rendidos en los brazos de la diosa Comodidad.

Teresita
Teresita
1 año
Respuesta a  John Henry Kurtz

Hoy mismo, en conversación con una compañera, me hablaba del materialismo absoluto que se ha hecho hegemónico. Queda mucho partido, no obstante.
Millones de gracias por tus pensamientos, por tus palabras.

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