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OPINION

CAMINO SATÍRICO A LA IGUALDAD – Iker López

  • Escrito por Iker López
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CAMINO SATÍRICO A LA IGUALDAD

Me complace comprobar que la igualdad real de derechos de micción es un hito cuya consecución es cada vez más próxima. No frecuento la jarana más allá del ocaso, pero a nadie se le escapa que en los últimos años las calles y las plazas festivas han dejado de ser un urinario patriarcal para convertirse en un entorno de micción inclusiva.

Antaño, tanto hombres como mujeres encontraban pudoroso orinar ante la vista del gentío, pero llegó el culto exacerbado a Dioniso y, con él, la necesidad de evacuar la orina con premura para aliviar la presión de la vejiga y poder ingerir más maná fermentado y agarrar una jumera digna de olvido. Desde entonces, el decoro se ha visto cada vez más asediado, y gracias al distintivo anatómico del varón, fue éste el que venció antes la vergüenza y el que comenzó a regar con su manguera el pavimento urbano. En un principio, este acto pretendía ser discreto, procurando salvaguardar la custodia de la intimidad. La particularidad anatómica del varón le permitía mear de espaldas al gentío y de cara a una arista entre dos paredes apartadas y oscuras, de tal manera que sus genitales quedaban ocultos ante la vista de los demás. Si bien el acto en sí suponía un atentado contra el decoro, la higiene y la salubridad, el varón había conseguido adaptarse al medio dionisíaco de la noche y, al mismo tiempo, lograba proteger su intimidad. Toda una conquista de un codiciado privilegio cultural.

La mujer, por el contrario, debido a su singularidad anatómica, aunque contaba con las mismas necesidades urinarias, no podía satisfacerlas sin sacrificar su privacidad genital. Para mear, era preciso exponer sus partes anatómicas más privadas, por lo que cualquiera que estuviera cerca podría arrebatarle la intimidad con tan solo una discreta mirada. La mujer de hace unos años, pudorosa y reservada, no estaba dispuesta a sacrificar su intimidad por el privilegio de tener la comodidad de poder orinar en cualquier esquina. Como consecuencia, se veía abocada a entrar en bares o buscar rincones más alejados de la multitud, empresa que precisaba de una compañía de confianza para garantizar su seguridad. Así, el periplo del pis era bastante más sacrificado que en el caso del hombre.

Como tantas veces a lo largo de la historia, el espíritu patriarcal asomaba, y estaba produciendo una asimetría social injusta, gestando distintos roles de micción para cada género; circunstancia cultural inasumible en una sociedad moderna y tolerante.

Generada la desigualdad, el retorno al equilibrio únicamente comprendía dos vías de depuración cultural: que los hombres dejaran de lubricar farolas y mobiliario público con las secreciones de sus riñones, o que las mujeres mearan en cualquier espacio público sin ambages. La primera de las opciones implicaría dejar de rendir culto a Dioniso y renunciar en cierto grado al hedonismo propio de una sociedad progresista. En cambio, la otra opción parecía un camino valiente y empoderado para combatir el yugo patriarcal; una senda abierta gracias a la exhibición de la privacidad que las redes sociales se encargan de recompensar.

Hoy resulta reconfortante vislumbrar la venida del paraíso igualitario durante las noches de jolgorio; como si de un espectáculo de ‘The Hole X’ se tratara, las calles no solo se impregnan de un vigoroso aroma púbico y puberal, sino que los culos y los felpudos se dejan ver con total nitidez y a ritmo constante en las principales avenidas; símbolo inequívoco de progreso y conquista social. Los tiempos en los que solo los hombres se atrevían a humedecer con sus residuos orgánicos los suelos que pisaban han quedado atrás. Uno de los sexos se ha empoderado, ha alzado la voz y arriado las bragas para traer igualdad a la vía púbica. Y no solo eso, sino que luce con orgullo su tren inferior desnudo, sin temor a que puedan importunarle y sin miedo a la normatividad de su cuerpo.

Sin embargo, vuelve a producirse una asimetría no banal, pues si bien progresivamente se va alcanzando una igualdad en derechos de micción, no ocurre igual en derechos de exhibicionismo. A nadie se le escapa que, debido al mencionado limitante anatómico, la mujer necesita exponer sus genitales y trasero para poder miccionar cómodamente. Y al hacerlo, y más en lugares concurridos, se adueña de una confianza y un empoderamiento nada desdeñable. El varón, en cambio, que no ha alterado su modus operandi, se ve ahora resignado y amilanado por seguir escondiendo sus genitales y trasero cuando quiere mear. Esto puede repercutir en un agravio considerable para la autoestima masculina, pues el varón podría incluso considerarse imperfecto e informe por asumir que su tren inferior ha de ser escondido y nunca mostrado públicamente, desarrollando un pudor por sus genitales y trasero del que el sexo opuesto ya habría logrado desprenderse, pues ya los exhibe con orgullo en los festejos.

Desde una perspectiva de igualdad de género, habría de plantearse si no sería una buena iniciativa que los varones desnudaran su tren inferior hasta las rodillas cada vez que fueran a orinar. De esta manera las fiestas serían aún más divertidas y estimulantes de lo que ya son, pues además de disfrutar de ebrios paseos salpicando orina a cada paso, podríamos deleitarnos con un pseudo-cabaret lúbrico gratuito de felpudos, mangueras y traseros a la altura de los más modernos musicales que se publicitan abiertamente en nuestras calles. Un agradable paseo hacia la igualdad y el progreso que ardo en deseos de recorrer.

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el ogro cabreado
el ogro cabreado
1 año

Maravilloso texto, jajajajajajaja

EnekoAhíVaLaHostiaPues
EnekoAhíVaLaHostiaPues
1 año

Mordaz.?

Isabel
Isabel
1 año

No tengo palabras para un texto tan burdo e indigente y sabor para que decir verdad .Si usted mismo se dibuja así y retracta perfectamente
Que poco conoce a un hombre y una mujer
Ya veo que desconoce lo que ambos
Representan .
Que pequeño es el.mundo para algunos .
La madre de la ignorancia es la madre del atrevimiento.

Sin más

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